Constituciones, acuerdos para vivir
El pasado sábado los españoles celebramos el Día de la Constitución, que cada año nos ofrece una ocasión para recordar la importancia que tiene regirse ... por una carta fundamental. Más allá de tecnicismos, una Constitución es, ante todo, el gran acuerdo que hace posible la convivencia democrática: fija límites al poder, garantiza derechos y establece las reglas compartidas que sostienen la vida pública.
Aunque las constituciones modernas nacen en el siglo XVIII, la idea de limitar la autoridad del gobernante tiene raíces mucho más antiguas. En 1215, los nobles ingleses obligaron al rey Juan a aceptar la Magna Carta, que por primera vez situaba la ley por encima del monarca. Y aún antes, en 1188, las Cortes del Reino de León, convocadas por Alfonso IX, aprobaron unos decretos que la UNESCO considera el testimonio más antiguo del parlamentarismo europeo: ya entonces se entendía que algunas decisiones requerían oír a representantes ciudadanos y proteger ciertos derechos.
En España, la reflexión constitucional ha sido una larga conversación histórica. La Constitución de Cádiz del año 1812 marcó un hito liberal en Europa. Posteriormente vinieron textos que reflejaban tanto avances como retrocesos, ello según el pulso político del siglo XIX. En 1931, la Constitución de la Segunda República apostó por un proyecto moderno y social. Y en 1978, la Constitución que hoy nos rige nació del consenso de la Transición y sentó las bases de la España democrática.
¿Por qué importa hoy una Constitución? Porque ofrece estabilidad incluso cuando cambian los gobiernos; porque protege libertades que no dependen de mayorías pasajeras; y porque expresa los valores que una sociedad considera fundamentales.
Celebrar la Constitución es recordar que la convivencia no es fruto del azar, sino de un pacto que se renueva generación tras generación.
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