Trump, como presidente de Estados Unidos, actúa, con sorprendente fidelidad, como un jugador experimentado de teoría de juegos. Su estrategia reciente con la Unión Europea, ... amenazar hace una semana con aranceles del 30 % para el 1 de agosto, para luego insinuar que aceptaría un 15-20 %, es un ejemplo clásico del juego del ultimátum. Imaginemos una situación cotidiana: dos personas deben repartirse 100 euros. El primero propone una división, y el segundo solo puede aceptar o rechazar. Si rechaza, ninguno gana nada. Trump, como el proponente, ofrece un 'trato' que en realidad es una imposición: «aceptas mis condiciones o hay castigo». Él fija su mínimo aceptable y simula generosidad al bajar del 30 % al 15-20 %. Pero en realidad está marcando límites de negociación con amenazas creíbles.
La UE, por su parte, también juega: diseña represalias y fija fechas. Es como si contestara: «Si tú me ofreces 20 euros de los 100, yo prefiero que ambos nos quedemos sin nada y te impongo mis propios costes». Aquí entramos en un juego de suma negativa: ambos pierden si no cooperan. Este tipo de dinámicas no son exclusivas del comercio internacional. Lo vemos también en situaciones familiares: un niño que dice «o me compras esto o pataleo»; en negociaciones laborales: «o subís el salario o huelga»; o en relaciones personales: «o cambias esto o no te hablo más». Todos estos casos tienen un patrón común: tensión, amenaza y cálculo de pérdidas mutuas. Trump domina esta lógica: tensionar la cuerda sin romperla.
Su táctica puede parecer agresiva, pero se basa en un cálculo racional: si el otro jugador cree que el daño mutuo es peor que ceder, aceptará el trato. En teoría de juegos, esto se llama 'estrategia dominante bajo amenaza creíble'. En política, lo llamamos Trump.
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