El teatro de la vida
Estamos convencidos de que nuestra representación es una, es definitiva, sin darnos cuenta de que tan sólo es un acto
Me apasiona el teatro. Es una representación de algún tipo de realidad, con el mayor grado de verosimilitud y en donde los actores trabajan ... en directo, sin la oportunidad de rectificar, tras la plaqueta, como en el cine. La escenificación envuelve al espectador en el relato de una historia declamada e interpretada por el alma de una persona que da vida al personaje. En cierto sentido el personaje y la persona deben estar disociados para que la representación sea más efectiva; parafraseando «que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda», se podría decir «que tu personaje no sepa quien es la persona que está detrás».
He aprovechado mi afición por el teatro para referirme a otro, al de la vida. En el tablero de nuestra existencia nadie sabe cuántos días, meses o años quedan para terminar nuestra propia partida. Por pura estadística alguien como yo ha cubierto casi dos tercios de la esperanza de vida saludable y eso, quizá, me permita exponer lo siguiente: creo que la vida es una representación teatral, con total libertad de representación (sin determinismos), en la que tenemos que cumplir una doble misión. De un lado, mejorar, pulir o superar algún aspecto de nuestra existencia extracorpórea, en una continua y cuasi infinita evolución espiritual; aquello que más nos cueste (falta de voluntad, egoísmo, envidia, rabia, odio, falta de caridad o de empatía y tantos etcéteras más) debemos trabajarlo con más intensidad en el tiempo que nos hayamos marcado para conseguirlo. Y, por otro lado, nuestra representación va a coincidir con otros compañeros de viaje a los que, seguramente, debamos ayudar, complementar, reforzar o proteger; son nuestros compañeros de reparto vital, no sabemos quienes son, sus personajes, sus máscaras, nos impiden ver quién está detrás, si bien, sabemos que algo especial nos une con ellos.
En esta obra, en la que todos trabajamos, con escenarios múltiples que se ensamblan unos con otros, el objetivo de cada actor es cumplir esa misión en compañía de otros. El fin es la consecución de un logro satisfactorio. En ocasiones se puede malograr por nuestra debilidad interpretativa o por el propio texto de la obra, que nos determina un contexto que no siempre es fácil de representar. Lo más curioso es que estamos convencidos de que nuestra representación es una, es definitiva, sin darnos cuenta de que tan sólo es un acto, uno más de muchos posibles, pasados y futuros. Unos ya los escenificamos y otros nos quedan por delante y entre acto y acto, desaparecemos entre bastidores, nos cambiamos, trocamos en otros personajes mientras que el escenario cambia y el público, la unidad global, juez último de la representación, emite pitos o palmas según la calidad interpretativa de cada cual.
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