No sé mucho de física, pero me han asegurado que no existe nada que vaya más deprisa que la luz. A ver quién es capaz ... de dar la vuelta al mundo en 0,067 segundos, o llegar al Sol en ocho minutos. Eso sí, por mucha prisa que se dé cualquier pretensión luminosa, a ese ritmo tardaríamos unos 300 años en llegar a la Estrella polar, y dos millones de años a la galaxia más cercana, aunque digo yo que para qué vamos a querer ir tan lejos. Claro que los científicos aún no han estudiado bien algo que puede superar esa velocidad: su precio. Al éxodo de ucranianos que huyen de la invasión rusa se ha añadido la huida despavorida del precio de la electricidad hacia el infinito, localización que, aunque haga frontera con alguna galaxia lejana, vamos a poder llegar en un periquete gracias al impulso del resto de los recursos energéticos, como el gas y la gasolina, a las que Rusia ha dado una potente patada a seguir, que dirían los aficionados al rugby.
Aunque podamos imaginar explicaciones de todo tipo, inexcusables son los motivos por los que los más poderosos se empeñan en someter y humillar a los más débiles. Es una ley natural por la que la humanidad se ha regido desde sus orígenes y que sólo produce más odio e injusticia. Después de la pandemia del coronavirus, nuestra atención se centra ahora en otra infección mundial de la que tampoco nos vamos a poder escapar, porque todos llevamos dentro, en forma de híbrido genético, la ambición y el odio de Putin.
No sé lo que va más deprisa, el ambicioso odio o el precio de la velocidad de la luz. Pero con ninguno de ellos, cerca o lejos, se llega a un buen lugar. Así que lo mejor es despedirnos con un apaga (o paga) y vámonos.
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