He ido a verle a Santoña, señor
Ahora 'toca' desestabilizar a la Corona y se hace a costa de lo que sea, no defendiendo la República, sino utilizando historias de alcoba o de villarejos
En uno de esos días pálidooscuros del confinamiento -los hubo soleados también, pero parecían de sol tristón- cayó en mis manos en relectura un texto ... de Siegmund Freud que es oportuno recordar estos días dado que se mantiene fresco hasta ahora, sin colorantes y sin muchos conservantes. Es que la relectura es como la recena cuando se recurre a ella en la vigilia para que se note menos lo bebido. La lectura por segunda vez de un texto, sobre todo si se trata de un clásico, casi siempre deja la nostalgia innegable del momento y es para que se note menos el 'imposible huir' del sentimiento en el recuerdo de su primera lectura años ah.
En este caso se trataba de 'Psicología de las masas', un ensayo que tuvo manifestada influencia en todas las reflexiones sobre ese tema -las masas- que en período de entreguerras fue dominante en el siglo pasado y que hoy, con la génesis de diversos tipos de populismos y nacionalismos en España y en Europa son utilizados (tal lo peor del siglo XX) no sólo para influir, no sólo para conseguir, si no sobre todo para socavar, esperar y romper las fuertes ligaduras que unen desde antiguo nuestras instituciones, mancillando su honra para más tarde conseguir su desprestigio como fruta madura, recoger su aniquilación y transformarla a conveniencia. Pura estrategia comunista como se aprecia estos días en nuestra espléndida, compleja, ingenua y maravillosa España.
Como saben, Freud, fue ante todo un gran escritor de limpia prosa (como su maestro Goethe) y magnífico ensayista y en esta obra que no es 'su' mejor (se muestra espléndido cuando se aventura en 'la interpretación de los sueños' por ejemplo, producto de su introspección y su fantasía, pero no viene ahora al caso) se introduce en el análisis del 'yo' susceptible. Realmente el título completo de esta obra es 'Psicología de las masas y análisis del yo' y quizás para explicarlo mejor habría que ir a 'Psicología de las multitudes', de Gustavo Le Bon porque el hecho sorprendente es que en determinadas circunstancias nacidas de la incorporación a una multitud que ha adquirido el carácter de masa, todo aquel individuo al que se ha logrado hacer inteligible, piense, sienta y obre de modo absolutamente inesperado y casi siempre en dirección opuesta a la suya original. El viaje del estreñimiento a la diarrea lo manejan a conveniencia estos intrigantes desalmados utilizando resquicios insospechados que aunque sean advertidos no es nada fácil luchar contra ellos.
Ahora hay datos en nuestra Patria (poco gusta a veces esta rotunda palabra que muchos ignorantes creen franquista) que hacen sospechar que los populismos y nacionalismos encendidos por nuestro conformismo, han tomado el mando. Nuestra ingenuidad permite leyes electorales injustas que se instalaron gracias a la buena voluntad del sentido de la transición y les permite, con pocos votos, herir, insultar, mancillar y horadar nuestras instituciones desde nuestras propias Cortes lo que no deja de ser una contradicción en sí misma y un elemento destructor del poder legislativo y de nuestra convivencia.
Pero hoy no vamos a mencionar la Justicia y su afán por menospreciarla al politizarla. Pero hoy no vamos a hablar de golpistas y su afán por justificarlos y exonerarlos. Pero hoy no vamos a hablar de enseñanza concertada y su afán por impedir su eficiencia y magisterio. Pero hoy no vamos a hablar de los terroristas y su chulería verbenera consentida en la cara de sus víctimas, epítome de la tiranía. Y tampoco vamos a hablar de corrupción nuevamente... otra vez será. Hoy queremos simplemente «saltar del texto de un libro al mundo» (Álvaro Pombo) y advertir del peligro, sólo eso. Y lo queremos hacer de forma indirecta, sosegada, sin enfrentarse a ello desde la desolación que tanto daño hizo a la poesía romántica solo queriendo que nuestro mensaje sea entendido y no se pegue, se tatúe, en los corazones patriotas de los españoles y decírselo a tutiplén para que no quede nadie sin advertirlo: «Señor, ¡no está usted solo!», y yo he ido a verle a Santoña, señor, para decírselo.
Yo no voy jamás a estas cosas, don Felipe, pero creo que usted merecía un gesto y mis hijos, y los hijos de mis hijos, para que entiendan bien lo que nosotros, los de la experiencia vemos con nitidez, con meridiana nitidez.
Es evidente que ahora 'toca' desestabilizar la Corona y se hace a costa de lo que sea. No se hace defendiendo la República, que sería legítimo y muy respetable, sino utilizando historias de alcoba (que mira que a uno le importa...) o de villarejos o de retorcidas suposiciones. Y bien saben que para los excesos si los hubiere habido ya está la ley inexorable, y ¿qué tiene que ver eso con las instituciones o con nuestro Rey? ¿Dónde está el obligado recuerdo de la defensa de nuestras libertades de nuestro antiguo Rey? ¿Dónde están los juancarlistas horteras del 'yo no soy monárquico, soy juancarlista'? ¿Dónde están?
Ojalá que tanto olvido no sea más que estas deliciosas improvisaciones que nos mostramos los españoles de vez en cuando ('Espadas como labios', Vicente Aleixandre) y todo vuelva a su cauce en la libertad que concede nuestra monarquía parlamentaria conducida por nuestro Rey !Un privilegio!
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