Viaje hacia la destrucción

Suele afirmarse que una de las mayores dificultades a la hora de escribir una novela es saber cómo iniciarla, dar los datos precisos para atrapar ... al lector y llevarle hasta la última página con la incertidumbre añadida al disfrute de la lectura. Hay comienzos icónicos. Santi Mazarrasa (Santander, 1988) en su primera novela, 'El aspirante', lo consigue. «La puerta se cierra con una voz que se despide». De ese modo empieza la citada novela. A partir de ese momento vamos conociendo más datos del protagonista, tampoco muchos, Cayo Valerio, nombre quizás homenaje al poeta Catulo. Vive con su novia, que es quien se ha ido a primera hora del día, en un bloque de una ciudad innominada. En torno a la treintena, perdió su trabajo y está en paro, fuma compulsivamente, suma otras adicciones como la cocaína, los porros, escribe correos electrónicos, envía currículos solicitando trabajo, ve porno, escribe en cuadernos y en el portátil una posible novela, colaboró en blogs, dialoga con sus fantasmas, con su sombra, desdoblándose en personajes evocados o irreales, se obsesiona con los vecinos que le pueden estar observando y espera a lo largo del día, durante el que realmente no pasa nada, el incierto regreso de su novia. El ambiente claustrofóbico, de humo y espejos, de memoria y planes imposibles, de dudas y contradicciones, va adensando la narración. Uno de los méritos de Mazarrasa en esta arriesgada obra es mantener el ritmo, la tensión narrativa, algo realmente difícil en un autor que se enfrenta por primera vez ante el reto de escribir una novela. El lector avanza en la lectura esperando conocer qué dijo la novia cuando se fue, qué pasó, si habrá un final liberalizador en el proceso autodestructivo de un Cayo Valerio, «víctima y verdugo de su época», se dice, metáfora de tantos jóvenes actuales.

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