Viejas tecnologías
Tomar la medida al tiempo parece fácil, pero si lo contamos a partir de los objetos que uno puede acumular...
Pocas cosas más tristes que desmontar una casa, porque en realidad estás empaquetando, pedazo a pedazo, una vida. Mi particular ejercicio de memoria ha sido ... en Wrexen, un pequeño pueblo en mitad de Alemania, en el linde entre Westfalia y Hessen. Allí vivió mi tío Graciano durante casi sesenta años.
Tomar la medida al tiempo parece fácil, pero si lo contamos a partir de los objetos que uno puede acumular… Cualquiera que realiza una mudanza cae en el mismo asombro: ¡cuánto cabe en una casa! Claro. Pero cuánto más no cabe en una vida. Sobre todo, si tienes un poco de espíritu de coleccionista y otro poco de síndrome de Diógenes, como le ocurrió a mi querido tío, que tenía querencia a los mercadillos, y veía 'antigüedades' donde otros sólo vemos cacharros viejos y porquería.
Mi tío, que nació con la Guerra Civil, sentía fascinación por la tecnología, aunque no en los mismos términos que podemos entenderlo ahora. Él, más antiguo, adoraba los relojes, las linternas, los juguetes con movimiento y, sobre todo, los teléfonos antiguos, aquellos de baquelita. Acostumbrado a vivir solo, los objetos fueron colonizando su casa, una antigua carpintería que hoy más bien parece un bazar o el almacén de un chamarilero. Y, ahora que ya no está, ya nadie entiende el orden de su particular inventario.
Pero me ha llamado sobre todo la atención encontrar algunas piezas que él, a buen seguro, consideraría tremendamente modernas: contestadores automáticos, faxes, minicadenas musicales, radiocasetes, televisores portátiles del tamaño de una jaula de naranjas, con una pantalla más pequeña que la de mi móvil, y hasta un discman, un lector de CDs de bolsillo. Todo aquello que probablemente le costó un dineral y hoy día ni siquiera llega a material de anticuario: se fabricó mucho y no se valora nada. Cierto que él prefería otros materiales y otras épocas, porque era de aquella vieja opinión, «como lo antiguo no hay», pero todos aquellos objetos seguían siendo para él, a sus ochenta y tres años, tecnología punta.
Claro que es fácil juzgarle ahora con condescendencia, pero uno no puede evitar echar cuentas cuando se va la vista atrás: las máquinas de marcianitos, el Donkey Kong, la consola de Atari que se enchufaba a la tele, las cintas para cargar los juegos del MSX que 'cantaban' los bytes durante un cuarto de hora, el wordperfect, los 386, los vídeos beta, los relojes de Casio, que algunos tenían calculadora, los móviles con antena, los tamagochis… Buena parte de nuestra memoria colectiva está ocupada por tecnologías obsoletas, aunque todavía no estuvieran programadas para autodestruirse.
No sé dentro de unos años a quién le tocará desmontar mi casa y meter en cajas mi memoria y mis recuerdos. Pero espero que cuando le asalte la misma sensación que a mí ahora, pueda encontrar algo más que vieja tecnología. Que encuentre un poco de vida, por lo menos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión