El virus de la política
ANÁLISIS ·
En la fase crítica de la pandemia, el compromiso solidario de la sociedad se ve empañado por la respuesta ineficaz y negligente, y la bronca entre los partidosJESÚS SERRERA
Domingo, 29 de marzo 2020, 07:46
Dos batallas paralelas. La fase crítica de la pandemia discurre entre el mazazo diario de la catarata de contagios y víctimas mortales, y la esperanza ... de vislumbrar una luz al final de túnel. Entre la solidaridad y el compromiso de toda la sociedad, con el heroico y desprotegido cuerpo sanitario al frente, y la política de bronca y trinchera que nos decepciona cada día. La pandemia será superada, esperemos que suceda más pronto que tarde, pero los líderes políticos quedarán marcados por su desempeño en esta crisis sanitaria y socioeconómica sin parangón. Ellos lo saben y tratan de salir airosos del gran desafío. Pedro Sánchez no repara en utilizar todos los medios a su alcance para intentar demostrar que dirige con tino la nave en apuros, Pablo Iglesias trata de ganar alguna relevancia desde la posición subordinada en que le ha colocado la estrategia de La Moncloa, el PP de Pablo Casado transita de la lealtad institucional a la crítica al desastre gubernamental en competencia con Vox, el independentismo guarda las distancias incluso en este tiempo excepcional y hasta Revilla aprovecha su tirón mediático para hacerse con una cuota de protagonismo positivo en la cruzada contra el coronavirus.
El presidente Sánchez, con media familia contagiada, consume en su cuarentena activa muchas horas de 'prime time' televisivo para cimentar su tambaleante liderazgo en este trance y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, directamente infectada, retransmite desde su lugar de confinamiento todos los detalles de su agenda contra el coronavirus. Uno y otra abanderan dos modelos de gestión que más que complementarse compiten entre sí, con el apoyo en las redes sociales de los comandos aplaudidores que jalean las consignas propias, a veces cambiantes y hasta contradictorias –por ejemplo, antes y después del 8-M- y fustigan al adversario.
En lo alto de la picota, el ministro de Sanidad, el filósofo Salvador Illa, la cuota del PSC de Iceta en el Gobierno, desbordado por la pandemia, sobre todo por la lentitud y negligencia en la compra y distribución del material imprescindible para combatir al coronavirus, con el bochornoso episodio de los test rápidos inservibles como guinda.
En teoría, la unidad de acción en todo el territorio nacional debía ser el mecanismo idóneo contra la crisis. Ahí queda, por ejemplo, la decisión de Angela Merkel de retirar competencias a los estados alemanes para reforzar el mando federal en la toma de decisiones y la ejecución de planes de emergencia. En España, sin embargo, la centralización de la gestión sanitaria no ha alcanzado de momento la eficiencia deseable por lo que algunas comunidades han desarrollado medidas por su cuenta, como la adquisición de mascarillas o el gran hospital que Madrid ha montado en el Ifema bajo la dirección del médico de origen cántabro Antonio Zapatero Gaviria.
Tampoco la Unión Europea se ha mostrado muy diligente en esta crisis. Que la presidenta Von der Leyen haya declarado muy ufana esta misma semana que acababa de comprar el material sanitario que necesita la UE, mucho tiempo después de que la pandemia hiciera explosión, y que los 27 países no sean capaces de acordar un plan económico contra la crisis, resulta francamente desmoralizante. En medio de la incertidumbre general planeaba hasta ayer el dilema de si sería más conveniente seguir con la actividad económica y laboral en la medida de lo posible. Mantener una cierta normalidad para no demoler el tejido económico era una tentación natural, aunque la pandemia ya nos ha enseñado que andar con medias tintas a veces no es suficiente en una situación de emergencia. De ahí la decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de restringir al máximo posible la actividad laboral.
La pandemia ya ha provocado importantes turbulencias en el ámbito político cuya evolución resulta incierta. Para empezar, en la coalición gubernamental se detecta una importante erosión, entre el PSOE que copa el mando de las operaciones contra el Covid-19 y Unidas Podemos que, al verse relegado, desvía su acción hacia derroteros ideológicos que se constatan en su público desdén por la aportación de la sanidad privada o por los gestos benefactores de empresarios como Amancio Ortega o en la cacerolada contra la Corona. Una amenaza a la vista para la estabilidad del Gobierno, dependiente también de las relaciones con el independentismo catalán que ha aprovechado la crisis para subrayar su aversión al Estado. En Cantabria, la moral ciudadana dee mantiene alta, se multiplica el voluntariado en múltiples facetas y el ruido político es tolerable, a pesar de la incidencia creciente de la epidemia, del problema común de la escasez de material de protección sanitaria y test de detección, y del impacto en las residencias de ancianos. El PP, principal partido de la oposición, dispara por elevación contra Pedro Sánchez, pero mantiene intacta la oferta de apoyo al Gobierno Revilla, que tampoco busca la confrontación. En el Ejecutivo, cada cual a lo suyo: a los dirigentes socialistas les toca organizar el combate sanitario y el doloroso parte diario de contagios y muertos mientras Revilla se encarga de pasarse por 'El Hormiguero' con soluciones multimillonarias a la crisis y con los ingeniosos artilugios contra el virus que se fabrican en Cantabria. Hay que repartirse el trabajo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión