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Agentes de asalto se llevan a Antonio Ortiz por el callejón de la Bajada de San Juan.
En la Bajada de San Juan ya no queda ni la sombra del 'depredador de niñas'

En la Bajada de San Juan ya no queda ni la sombra del 'depredador de niñas'

Antonio Ortiz se sienta en el banquillo por las violaciones a menores que se le imputan, dos años después de ser detenido en la casa de sus tíos de Santander

Mariña Álvarez

Domingo, 23 de octubre 2016, 07:52

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El vecino de la esquina, aquel que tan amablemente atendió a los periodistas, ha fallecido hace meses. Los entresuelos de la torre de enfrente, los que arrendaron los investigadores de Madrid para vigilarlo, tienen el cartel de Se alquila. El bar El Lorito al que fue alguna vez ha cerrado. Y en su guarida ya no hay nadie... Es el panorama actual de la Bajada de San Juan dos años después de que fuera el escenario de la aparatosa detención del enemigo público número uno, del depredador de niñas, el hombre del saco, el pederasta de Ciudad Lineal y otros sobrenombres dados a Antonio Ortiz, el que en este pequeño barrio de Santander por entonces simplemente era «el sobrino de Madrid». Porque iba y venía de vez en cuando a casa de su tío un hombre malagueño, hermano de su madre y casado con una cántabra. Su familia santanderina pensaba que les visitaba para desestresarse de la capital. Cómo iban a saber que en realidad se estaba escondiendo. Sus tíos tenían un hijo adolescente. Quién en su sano juicio acogería en su casa a un presunto violador en serie.

Currículum delictivo

  • 2006.

  • Antonio Ortiz sale de la cárcel tras cumplir una condena de nueve años por violar a una niña de siete.

  • 24 de septiembre de 2013.

  • Rapta a una niña de cinco años en un parque y la libera horas después en una caseta de jardinería.

  • 10 de abril de 2014.

  • Capta a otra pequeña de nueve años cuando se dirigía a una tienda de golosinas. Tras drogarla y violarla, la dejó junto a una parada de metro.

  • 17 de junio de 2014.

  • Comete el abuso más grave, a una niña china de seis años.

  • 22 de agosto de 2014.

  • Último secuestro consumado, de una niña dominicana de siete años, captada en otro parque y abandonada en un descampado.

  • Principios de septiembre de 2014.

  • Huye a Santander, donde se refugia en la casa de un tío suyo.

  • 24 de septiembre de 2014.

  • A las 7.37 horas es detenido, mientras duerme, en el piso de la Bajada de San Juan.

El matrimonio y el crío residían de alquiler en el bajo de un edificio situado en un estrecho callejón. Eran los únicos de fuera en un inmueble ocupado por la extensa familia de la propietaria, una mujer de edad avanzada que había dividido la casa en apartamentos para sus hijos, sus nietos y bisnietos. Había varias niñas pequeñas en ese edificio en el que las puertas siempre estaban abiertas... Cómo imaginar que ese chico rubio, musculoso, educado y callado, que pasaba horas sentado frente al portal o en el pollete de la esquina con el móvil en la mano, era el monstruo que supuestamente había abusado de varias pequeñas en Madrid que tenía en jaque hasta al FBI.

Un barrio sobresaltado

El 24 de septiembre de 2014, a las 7.37 horas, la Bajada de San Juan despertó de su plácido sueño de barrio de segunda en el que nunca pasa nada. En cuanto el niño se fue al instituto, cuarenta policías de asalto derribaron la puerta del bajo y se llevaron al sobrino de Madrid que dormía en el sofá del salón, entre el absoluto desconcierto de su tío y el ataque de nervios de su mujer. Dice su «íntima amiga» así se define que ella ha sufrido un «tremendo shock» del que todavía no se ha recuperado, que vive sumida en una depresión, «y cuando le hablas de aquello sólo llora, llora y llora». «Han tenido que aguantar pintadas en su casa, insultos por la calle, les acusaban de encubridores, de tenerlo escondido», ha contado ahora a este periódico.

La pareja (este medio nunca ha desvelado sus nombres) llevaba viviendo allí quince años, pero ya dejó el piso a finales de mayo. Ahora viven en otra zona.

Gracias a ello no han tenido que soportar esta segunda presión mediática. Cámaras y periodistas de medios nacionales han vuelto a este rincón de la ciudad. Porque Antonio Ortiz ya está siendo juzgado en la Audiencia Provincial de Madrid. Se enfrenta a penas de entre 26 y 126 años de cárcel como posible autor de cuatro delitos de agresión sexual, cuatro de detención ilegal y uno de lesiones, y la Bajada de San Juan vuelve sin quererlo a ser noticia. Para recordar aquel episodio, decir si lo habían visto tomándose una caña en el Cilio, si habían coincidido con él en el gimnasio de La Albericia, que qué impresión les había dado, que cómo se habían sentido al conocer su diabólica identidad «Si ellos supiesen quién era esa persona primero no lo hubieran traído a su casa y, segundo, llamarían a la Policía», ha repetido dos años después la mejor amiga. Su propia nieta estuvo en la casa de este matrimonio en esos días en los que también estaba Antonio Ortiz llegó tres semanas antes de acabar detenido. «¿Crees que la hubiéramos llevado de saber algo?», insiste. A pesar del paso del tiempo y de que la sombra de la duda nunca planeó sobre esta familia, sigue queriendo limpiar la imagen y defender el buen nombre de los tíos de Antonio. «Lo han pasado fatal, sin salir de casa, ella tiene un trauma que para qué. Y los han acosado, amenazado Yo me he enfrentado con gente de aquí porque los conozco de verdad», reitera la amiga.

Vidas destrozadas y bulos

Han sido víctimas colaterales. «Les han destrozado la vida», cuenta otro vecino, un habitual del puñado de bares del Grupo San Luis, en los que alterna la gente de esta zona. «Al tío antes lo veía mucho, ahora ya ni para», añade. Y del revuelo de aquel septiembre de 2014 se queda también con las «habladurías» que corrieron por todo Santander. «Bulos», dice, como aquel que contó en televisión que el presunto pederasta había intentado engatusar a su hija a las puertas de otro bar de Santander y otros que dijeron haberlo visto merodeando por el colegio San José, sentado en un parque, «observando» a los niños Rumores dentro del pánico colectivo que supuso saber que ese hombre vino al poco de violar a la última de las niñas de Madrid y se quedó aquí varias semanas. «Vino a Santander a esconderse. Ni iba de bares ni nada. Todos esos que dijeron que lo habían visto de cañas Yo que salgo todos los días y soy de la Bajada de San Juan lo habré visto una vez o dos», añade, para restar crédito a tantos que «se subieron al carro» de la noticia, empujados por un torrente de informaciones a cada cual más terrible sobre ese individuo.

Desde el martes pasado se sienta en el banquillo, imperturbable en los visionados de las declaraciones de las niñas violadas, pero tal vez algo más nervioso cuando los que testifican son los investigadores. En el juicio se supo que los responsables de la Operación Candy desarrollada para darle caza le pudieron pinchar el teléfono cuando vino por última vez a Santander, que acudía seis horas diarias al gimnasio de la calle Gutiérrez Solana en el que había adquirido un bono quincenal para mantener la masa muscular que había conseguido a base de pesas y anabolizantes. Él no ha querido declarar. Nunca lo ha hecho. A su abogado le dice que siente que ya lo han juzgado. Y que es inocente.

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