Borrar
La biografía de un chupinazo que cambia con los años

La biografía de un chupinazo que cambia con los años

El cohete que marca el inicio de la Semana Grande en Santander se lanzó por primera vez en 1996

Álvaro Machín

Santander

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Jueves, 18 de julio 2019

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Más que un cohete es una explosión. Algo así como un pistoletazo de salida. Suena y todo empieza. Estruendo y fiesta. Tanto, que hoy cuesta imaginar la Semana Grande sin su arranque desde la Plaza del Ayuntamiento. Sin apretarse bajo el balcón del edificio después de que las Gigantillas se den un paseo y las peñas y los artistas de circo lleguen desfilando. Entre las casetas que ese día viven un agosto en julio. Sin chupinazo. Pero eso, el chupinazo, en Santander es una práctica casi reciente. Una costumbre joven que este verano cumple los 23 años. El primero se lanzó en julio de 1996 y fue importante. Porque el estreno lo fue también del concepto mismo de Semana Grande. Ya había fiestas de Santiago, sí. Pero lo de la Semana Grande aquí no se usaba, no estaba extendido. Y costó. Al principio, al lanzamiento del cohete asistían, básicamente, las peñas. Hicieron un buen esfuerzo durante años para atraer al público hasta convertir la cita en lo que hoy es, una de las noches con más poder de convocatoria, con más capacidad de unir, en la capital de Cantabria.

«Costó un par de años o así que la gente empezara a acudir de verdad. Las peñas colaboraron mucho. Al principio, no estaba implantado. Recuerdo que una de las primeras veces, puede que el segundo año, dio un pregón Josema Yuste. Era amigo mío y estaba aquí de vacaciones. Lo dio gratis, claro. Queríamos implantar la idea del chupinazo y él se prestó a ayudar». Lo cuenta Gonzalo Piñeiro, alcalde por entonces. Había tomado posesión justo un año antes (7 de julio de 1995) y pusieron en marcha algunos cambios. «Lo del pañuelo también empezó ahí. Es que no había una Semana Grande como tal como sí existía en otras ciudades. Había fiestas, pero no estaba consolidada la idea de una Semana Grande. Pusimos en marcha el chupinazo, el pañuelo, la Semana Grande –se denominó así por primera vez en 1996– y también, en agosto, 'La semanuca'», recuerda Piñeiro, que destaca la figura del concejal que se encargaba de las fiestas en esos años, Rafael de la Gándara.

La denominación de Semana Grande como tal vino de la mano del primer chupinazo

«Calor y color en el inicio de la Semana Grande santanderina», tituló El Diario en el estreno. La crónica hacía alusión a la inauguración del «recinto de atracciones» y a las «sesenta actuaciones en la calle». «La experiencia, que se espera que sea exitosa, se repetirá cada año dando a la ciudad las fiestas que se merece». Declaraciones institucionales a pie de cohete que recogió el periódico en su sección 'Verano Vivo'.

Y cada año, al cohete, le fueron añadiendo acompañantes. Que si globos, que si actividades paralelas, que si música... Fueron pasando las ediciones y aumentando los asistentes. De cientos a miles. De peñas y amigos a santanderinos de todas las edades. Familias enteras, cuadrillas al completo... Sólo los ascensos recientes del Racing pueden compararse a la cita del chupinazo. Los que han estado en el balcón –los que han acompañado a los tres alcaldes que por ahora han actuado de anfitriones (Piñeiro, De la Serna e Igual)– pueden describirlo. Está llena la Plaza, por supuesto. Pero también Juan de Herrera y Amós de Escalante, en los costados. O la escalera –de frente– de la Cuesta del Hospital. Todo abarrotado. La evolución en estos veinte años largos ha sido evidente hasta quedar como una costumbre absolumante consolidada.

Una costumbre de costumbres. Porque la tarde-noche del chupinazo es también la de la aparición de Doña Tomasa, La Repipiada o Don Pantaleón. Gigantillas. Una tradición que se une en los últimos años a la del arranque festivo. Lo mismo que la cola para recoger programas ante el puesto o la primera tarde de pinchos y cañas en las casetas de la Feria de Día que se ponen en la plaza (y que ese día se juegan un buen porcentaje de la recaudación durante las fiestas). Todo suma gente. Y más. Para que el chupinazo fuera lo que es resultó clave el añadido del pasacalles de las peñas de la ciudad por todo el Paseo de Pereda. Es relativamente reciente y fue un éxito. Ellos arrastraron en los primeros años y ahora siguen haciéndolo. Hasta ese cohete, hasta esa explosión. De júbilo, claro.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios