Cestería Susana cierra tras 91 años «por la competencia de internet y los chinos»
Desaparece la última tienda de Santander -y una de las últimas de Cantabria- centrada en la venta de productos de mimbre, rafia o bambú
Podría uno pensar que, con las continuas advertencias sobre el peligro del uso masivo de los plásticos, negocios como Cestería Susana, que venden productos fabricados ... con materiales como bambú, mimbre, ratán, junco, rafia, cañizo, castaño o avellano, seguirían teniendo su hueco. Pero no. Estos días ha echado el cerrojo esa tienda del centro de Santander por la que ha pasado en algún momento de su vida todo aquel que necesitó un cesto de esparto, un capazo, una silla de anea, un baúl de madera para los juguetes, un cuévano o, incluso, muebles sencillos como cabezales, chifonieres o mecedoras de facturación natural. Cestería Susana desaparece tras cumplir los 91 años de vida por la «competencia de los chinos y de internet» y porque «cada vez quedan menos factorías que distribuyan estos productos. De cuarenta que nos surtían hace años, ya sólo quedan dos», lamentaba ayer su última dueña, Paula Alberi.
Alberi está haciendo inventario de los restos que le quedan en el almacén y los está sacando a la venta al 40% de rebaja sobre el precio marcado para liquidar las existencias en la tienda de la calle Francisco de Quevedo, a escasos metros del nuevo edificio que está levantando el Ayuntamiento para abrir otras oficinas. Solo atenderá en las próximas semanas por las mañanas (entre las 10.00 horas y las 13.30) para esta venta por cierre, que la familia espera culminar con éxito porque le urge alquilar el local para hacer frente al impuesto de plusvalías que les han girado tras la muerte de José Luis Gómez de Tejada (el esposo de Alberi), quien estuvo al frente del negocio en los últimos años. Según cuenta una de las hijas de ambos, abonar este tributo por el establecimiento, la casa y el almacén asciende a 15.000 euros.
Ayer, el goteo de clientes fue constante. En parte, porque ahora todos los artículos están a un precio muy apetecible y, en parte, para dar las condolencias. «Qué pena que cerréis», decía una chica que confesaba haber comprado en 'Susana' sillitas de enea para todas sus sobrinas a lo largo de los años. «Venía aquí con mi madre, de siempre, de toda la vida», apostillaba una cuarentona. «Una lástima, otro pequeño que cierra», comentaba otro de los clientes que había entrado a curiosear entre lo que queda, que es mucho. «Que lo vendáis todo», deseaba una habitual.
Paula Alberi Propietaria del negocio «Cestería Susana empezó en 1928 en lo que se llamaban 'los barracones'»
«Éramos una institución»
«Es que ya no hay mentalidad de comprar para que dure toda la vida», explicaba a unos y otros la dueña de la marca. Santander había llegado a ver tres tiendas con este logo en otros puntos de la ciudad en los buenos tiempos (en las calles Santa Clara y en San Luis). Unas épocas de esplendor que tuvieron su punto álgido en los años 60, 70 y 80, «porque luego ya empezaron a cambiar los gustos» aunque ellos siguieron teniendo su espacio para quien buscaba piezas muy concretas.
Alberi tiene claro que su cestería «ha sido una institución. Teníamos clientes hasta de Madrid, que encontraban aquí productos que no conseguían en la capital». Según cuenta, el negocio ha pasado por cuatro generaciones de la misma familia (la de su esposo, fallecido en diciembre): Cestería Susana empezó en 1928, «en una fila de barracones que había enfrente del Ayuntamiento en los años 30» (habla del siglo XX). «De aquellos barracones todavía nos acordamos los mayores de la ciudad».
La dueña rememora las «épocas buenas» como «momentos en que no dábamos abasto. Había días que teníamos fila de clientes». Pero ya en los años precedentes a la jubilación de su marido, hace cinco años, el comercio empezó a hacer aguas y hubo hasta que hipotecarse para mantenerlo abierto. El establecimiento quedó en manos de uno de los hijos de José Luis y Paula -también de nombre José Luis-, que hace reparaciones de sillas, asientos y que va a seguir dedicándose a ello, «aunque ya entonces veíamos que era imposible competir con los precios del plástico». A ellos les ha perjudicado, además, que en su calle no se puede «ni aparcar ni casi parar» y que los usos de compra de la gente «ha cambiado y prefiere comprar en los supermercados».
En el escaparate, un cartel reza ahora 'se alquila'. De modo que es de esperar que el local acoja pronto a otro emprendedor al que le entren por el ojo los 85 metros cuadrados de exposición de venta al público y el cabrete de la parte de atrás. La familia pondrá a la venta un almacén en la calle José Escandón (en la zona de la bajada de Polio) por el que pedirá 60.000 euros.
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