Los bosques y sus habitantes
La deforestación es un enorme problema que el ser humano debe afrontar no solo como un asunto de conciencia ecológica sino en aras de su propia supervivencia
mauricio-josé schwarz
Sábado, 18 de marzo 2017, 12:15
Quizá es por el mito del Jardín del Edén, que de una u otra forma está presente en otras culturas, como la Arcadia dorada de los griegos, el Gimlé de los vikingos o el Krita Yuga de los indostanos, el hecho es que cuando nos atrevemos a imaginar el pasado más remoto de nuestro planeta, lo imaginamos cubierto de hermosos bosques verdes, prístinos y exuberantes. Quizá, los primeros animales que abandonaron el agua para mudarse a tierra lo hicieron adentrándose en un bosque primigenio.
Los incendios forestales
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Una de las peores amenazas son los incendios por lo totalmente devastadores que son para todos los habitantes del bosque. Aunque en España la superficie boscosa perdida en incendios cada año se ha reducido a menos de la mitad en la última década, el mundo pierde de 6 a 14 millones de hectáreas de bosques en fuegos, muchos de ellos prevenibles o que podrían controlarse antes de que produzcan demasiado daño. Invertir en seguridad contra incendios forestales tampoco es un lujo, sino una estrategia de supervivencia.
La visión es errónea porque, de hecho, durante la mayor parte de la historia del planeta, de la historia de la vida en el planeta, no había bosques. Ni siquiera había árboles. Los ancestros de los árboles aparecen por primera vez, hasta donde sabemos hoy, hace unos 385 millones de años, en el período devónico, y los primeros grandes bosques se desarrollan en el período siguiente, el carbonífero. Para entonces, los anfibios ya comenzaban la conquista de la tierra, y ésta estaba intensamente habitada por diversos artrópodos, antecesores de los insectos de hoy. Para cuando los dinosaurios aparecieron, hace unos 251 millones de años, la tierra estaba cubierta de bosques, pero éstos eran muy distintos de los que vemos hoy en día, formados principalmente por helechos, cícadas y las primeras verdaderas coníferas. De hecho, son estas plantas las que formaron las grandes capas de carbón que dieron su nombre al período geológico.
La definición misma de bosque no es tan clara. En general, se considera bosque a una zona cuya vegetación está dominada por árboles y que se ha desarrollado básicamente sin intervención de la mano humana, de modo que una plantación de eucaliptos, por ejemplo, no es en rigor un bosque. Pero aún esto deja mucho espacio a la interpretación. Por ejemplo, algunos países definen al bambú como un pasto, pero otros lo consideran un árbol, y las zonas de gran abundancia de bambú son consideradas bosques en algunos países de Asia.
Pero, además, los bosques sólo son comparables de modo muy general, por el clima en el que se desarrollan, la altura sobre el nivel del mar o el tipo de árboles dominantes, pero cuando se profundiza, cada bosque es una entidad individual, y no hay dos estrictamente iguales. Porque el bosque es más que su signo distintivo: la abundancia de árboles. Cada bosque es una compleja red de interrelaciones ecológicas y de interdependencia de todos los organismos que forman parte de él, desde los seres que viven bajo tierra hasta las aves que anidan en ellos, desde microorganismos hasta grandes animales como los osos.
Hábitat de dinosaurios
Algunos bosques datan del jurásico, de hace alrededor de 180 millones de años, cuando los continentes apenas empezaban a separarse de la enorme masa de tierra conocida como Pangea. Y esos bosques han viajado, evolucionado y cambiado junto con los continentes. Es el caso de los bosques del sureste asiático, que fueron hábitat de los dinosaurios y continúan hoy siendo fuente de biodiversidad y pulmones del planeta
Esta última característica es la que suele asociarse a estos ecosistemas, especialmente los más relevantes como el amazónico, que representa el 60% de los bosques pluviales que existen en el planeta. Sí, en los bosques se realiza intensamente la conversión del dióxido de carbono en agua y el oxígeno que nos permite respirar. Pero ese proceso químico también implica que el carbono de ese CO2 aire se convierte en materia orgánica, es decir, se fija y deja de estar en la atmósfera como gas de invernadero. La pérdida de bosques es un factor que aumenta el calentamiento global, mientras que su recuperación y cuidado tienen el efecto contrario. Además, los bosques ayudan a mantener el ciclo del agua. Así, el Amazonas es directamente responsable del clima y las lluvias en prácticamente toda Sudamérica, y tiene una influencia a lo largo de todo el planeta.
La enorme biodiversidad de los bosques puede ejemplificarse con el bosque de Daintree, en Australia, que también tiene una antigüedad de alrededor de 180 millones de años, mientras que el Amazonas surgió apenas hace unos 55 millones. Daintree, en la costa noroeste del continente australiano, es hogar del 30% de todas las especies de ranas, reptiles y marsupiales de Australia, 65% de sus especies de mariposas y murciélagos y el 18% de las de aves.
Esta biodiversidad no es sólo algo que resulta hermoso contemplar y valorar. Representa un valioso recurso. Aunque en una época los bosques eran vistos sobre todo como fuentes de madera, hoy sabemos que su riqueza va mucho más allá. Las especies de plantas y animales que viven en los distintos bosques pueden tener, por ejemplo, la clave para el tratamiento de muchas enfermedades, con miles de moléculas que nos resultan totalmente desconocidas, y lo mismo ocurre con especies vegetales y animales que pueden ser fuente de alimentos más nutritivos, más resistentes y más económicos en su producción para atender a las necesidades de comida de un mundo que sigue luchando contra el hambre.
La destrucción de bosques o deforestación es un problema de enormes dimensiones que el ser humano debe enfrentar no solo como asunto de conciencia ecológica, sino también en aras de su propia supervivencia. No sólo se trata de racionalizar el uso de la madera, de hacer que quienes explotan este recurso lo renueven por medio de acciones de reforestación, sino de evitar que se sigan desmontando áreas boscosas para dar espacio a más tierras cultivables. Las nuevas tecnologías son también una herramienta fundamental para usar y mantener mejor las superficies del planeta que ya estamos dedicando a la agricultura, enriquecer suelos, tener mayor productividad, combatir mejor las causas de pérdidas de cosechas y detener el cambio climático.
Y quizá en algún futuro podamos plantearnos volver a levantar bosques donde antes los hubo sin por ello reducir la esperanza de una vida mejor, más larga y con mejor alimentación para todos los seres humanos. El viejo ideal de convertir los desiertos en vergeles o en bosques podría convertirse en una realidad para esos complejos y asombrosos sistemas de vida.