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D. C. Kirchner reprodujo así el incendio del 6 de octubre de 1880.
Santander, ciudad de incendios

Santander, ciudad de incendios

Desde la Edad Media hay documentadas decenas de siniestros que han escrito con tizón la historia urbana

Marta San Miguel

Jueves, 19 de enero 2017, 07:16

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Juan Pombo no tuvo suerte. Fue naviero, banquero e industrial de éxito, pero le miró un tuerto en lo que a sus casas se refiere. Tres incendios registrados entre 1860 y 1875 afectaron a alguna de sus propiedades, pero el colmo lo sufrió en 1880.

La ciudad crecía entonces alimentándose a bocados del mar. Era el segundo ensanche, el que iba a crear el actual Paseo Pereda. Con esa ampliación, Santander se colocaba ante sus mejores vistas: el sur, esa orientación que, además de regalar una postal entre Peña Cabarga y una luz de otro planeta, convierte las calles en el tiro de una chimenea cuando sopla su viento, pegajoso y bravucón.

Aquel "6 de octubre de 1880 las ráfagas esparcieron esquirlas y brasas hasta quemar "las dos casas más modernas que había entonces", la de Juan Pombo, rehabilitada tras haber ardido en 1875, y la de Guillermo Calderón, erigida en 1821 cuando construyó el muelle que hoy lleva su nombre. Pombo, lejos de amontonar cenizas de su edificio doblemente siniestrado, levantó el que hoy acoge el Club de Regatas. Los herederos de Calderón, por su parte, vendieron el solar.

¿Y si a estos siniestros se sumara que en ese incendio ardió la sede del entonces incipiente Banco Santander, que saltó de local en local expulsado por incendios, hasta llegar a su actual ubicación, que no es otra que el solar antes mencionado? El resultado es una ecuación que siempre despeja el fuego. No es que el trazado urbano de Santander lo haya diseñado el rastro del hollín, es más bien que una sucesión de coincidencias ha escrito su historia con tizones, y eso que a finales del siglo XIX aún estaba por llegar el peor de todos, el de 1941.

Las llamas son una constante en nuestro suelo, de hecho, el más antiguo que hay documentado "data de finales de siglo XIV y afectó a la Puebla Vieja de entonces", explica el historiador y presidente del Centro de Estudios Montañeses, Francisco Gutiérrez Díaz. Poco después, en 1425, hubo otro incendio que afectó a las atarazanas, "un edificio muy importante en el Santander de entonces donde invernaban las galeras de la Corona de Castilla".

El fuego, por tanto, es algo "inherente a nuestra historia", hasta el punto de que, según recuerda el doctor en Historia por la Universidad de Cantabria Pedro Sarabia, "en la Edad Media, cuando la ciudad estaba protegida por la muralla, había encargados en todos los barrios próximos a las puertas de vigilar si se producía algún incendio y de llevar calderos en caso de que se produjera".

Este dato evidencia cómo la ciudad, ya entonces, se organizaba en previsión a una amenaza latente: hay al menos una veintena de incendios que destruyeron buena parte de la ciudad, "pero sin duda hubo más", matiza Gutiérrez Díaz, y sólo hay que asomarse a las hemerotecas para descubrir las veces que Santander ha sido noticia por el devastador efecto de las llamas atizadas por el sádico viento sur.

La portada que el pasado domingo ilustraba la portada de El Diario Montañés, muestra el número de La ilustración española del día 22 de octubre de 1880. En ella se hace eco del siniestro que el día 6 se cebó con el Palacio de Pombo, con Calderón y con el Banco de Santander. El periódico, editado en Madrid desde 1869 y cuyo alcance superaba los 2.000 ejemplares de tirada (algo inusitado para aquella época), ilustraba la noticia con un grabado realizado por "un testigo presencial del incendio", D. C. Kirchner. Sus trazos reproducen a los bomberos de entonces sacando agua de la bahía para enfrentarse a los gigantes de humo y brasas como si fueran quijotes a pie.

Viento: el cómplice

Los incendios a lo largo de los siglos han sido intermitentes, sobre todo en los siglos XIX y XX, cuando la actividad industrial y portuaria crecía al borde mismo de la ciudad.

Las llamas aparecían como un vecino insolente, golpeando las puertas y los postigos con el viento sur como aliado y entrando sin permiso. Un pequeño accidente doméstico o el trajín de mercancías en los almacenes cercanos y la tragedia estaba escrita.

¿Es Santander distinta a otras ciudades del norte para hacer semejante apología involuntaria del humo? "No es una causa la que explica que haya habido tantos incendios, son muchas que se acumulan", dice Sarabia. A diferencia de otras ciudades del norte, Santander está orientada al sur y su exposición al viento la convierte en una yesca del todo apetecible. Si a esto se une su topografía en cuesta, construida en escalones de sierra, el sur hace que las calles se transformen en auténticos tiros de chimenea. Además, "eran zonas donde había mucha población y todas las construcciones eran de madera, pegadas entre sí", con lo que el contagio de las llamas, además de rápido, se hacía inevitable porque un último factor venía a sumarse: la falta de efectivos y de medios.

"Son combinaciones que hasta que no se empieza a legislar y ordenar las infraestructuras de la ciudad hacían que el fuego fuese un peligro permanente", explica el historiador, para quien estos episodios han dejado una herencia con cierto olor a chamusquina en el recuerdo de los vecinos de Santander. "Hace unas semanas se quemó una vivienda encima de la librería Estvdio, en la calle Burgos, y sobre todo la gente mayor lo miraba con miedo, como si pudiera empezar a propagarse". Como para no tomarse en serio las llamas con la tradición de desastres que han dejado en la ciudad.

Desastres

Hasta tal punto los desastres han marcado la identidad de la ciudad que el historiador Pedro Sarabia afirma que "pocas coo Santander han sufrido tantas desgracias en el siglo XX, salvo las afectadas en la Segunda Guerra Mundial". Se refiere, claro, no sólo al incendio de 1941, que dejó 10.000 damnificados y 120.000 metros cuadrados de ceniza y escombros a su paso, sino a la explosión del Cabo Machichaco en 1893.

"En apenas cuarenta años la ciudad sufrió una calamidad urbanística, social y humana dramática, a pesar de que en el 41 solo hubo que lamentar una víctima mortal", en parte, dice, por la militarización de la ciudad tras la Guerra Civil. Fue un milagro que con la fuerza del viento y la rapidez con que se expandió no hubiera que lamentar más víctimas, teniendo en cuenta la escasez de medios.

De hecho, este aspecto lo destaca Francisco Gutiérrez Díaz, sobre otro de los incendios más virulentos que sufrió la ciudad, el del atracón que se dio otra surada, también un mes de octubre, en el año 1891. Un fuego en una carpintería fulminó ocho edificios, y según las crónicas de entonces, no había forma de conseguir agua para frenar su avance. Ese mismo día, también ardió el tejado del hospital de San Rafael (actual sede del Parlamento de Cantabria) en la calle Alta.

Del fuego al banco

Y Calderón, ¿qué fue de su casa doblemente caída? Su apoderado, el marqués de Montecastro, vendió el maltrecho solar a Claudio López (segundo Marqués de Comillas). El arquitecto catalán José Oriol Mestres se encargó de levantar un carismático edificio, con sus esquinas en chaflán y miradores. En él se ubicó el café Suizo o el hotel de doña Francisca Gómez.

Años después, en 1940, el arquitecto Javier González Riancho unió este edificio con un arco a otro parejo para dar la fisonomía actual a la sede del banco, cuya ubicación tiene algo de la llama que luce hoy en día su logo rojo desde el búnker al otro lado del mar, ya que sus primeros cambios de sede estuvieron provocados por el fuego.

La primera sede del banco se encontraba en los bajos del Palacio de Pombo que ardió en 1875. Salvaron el efectivo y los valores en depósito e incluso los libros de contabilidad. Sin embargo se perdió el archivo bancario.

Tras el siniestro, el banco pasó once días en los Salones de Toca, en Santa Lucía, y de ahí volvió a otro edificio de Juan Pombo hasta que el incendio de 1880 forzó un nuevo desalojo de la entidad. Según narra Pablo Martín en el libro Banco Santander, 150 años de historia, el siniestro obligó a ubicar la oficina durante casi un año en un gimnasio.

La sede restaurada fue el domicilio social hasta 1898, cuando pasaron a ocupar el numero 2 del Muelle, actual Paseo Pereda, hasta 1898. A medida que creció el banco compraron dos pisos en la parte superior y ahí estuvieron hasta 1923, año en el que ocuparon su actual emplazamiento.

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