Un restaurante para emplatar pasado y futuro
bocados de fotogramas ·
Una ópera prima sencilla pero honda y sutil pese a no contar con grandes medios. El suyo es un emplatado de legado, pasado y futuro, pero con una estética costumbrista, apoyada en las pequeñas cosas y presentada con el rigor formal y emocional de los fogones edificados por varias generaciones. La bonaerense Paula Hernández busca en 'Herencia' el equilibrio de ingredientes entre cierto dramatismo y el humor, entre la renuncia y la esperanza. Y en el epicentro sitúa a dos criaturas, sin aparentemente nada en común, en un mismo escenario: un restaurante que huele a platos italianos y a comidas de antaño.
El vinculo del cine latinomericano con la gastronomía, en el sentido amplio de región pese a la diversidad inmensa de sus geografías y países, ha estado marcada por la implicación y apelación de tradiciones y por dos o tres títulos cuyo éxito de taquilla internacional ha terminado por tapar muchas otras creaciones y tendencias. 'Como agua para chocolate' de Alfonso Arau, 'Fresa y chocolate' de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabio, hasta 'El hijo de la novia', de Juan José Campanella, son los máximos ejemplos, incluso cuando la comida no es el eje central.
No obstante, en el llamado Nuevo Cine Latinoamericano se han sucedido títulos donde tierra y comida son ejes argumentales de denuncia de desigualdades. También los que recrean hechos históricos incluyendo el canibalismo y, sobre todo, una amplia producción de diálogos entre recetas y raíces, viandas y embrujo. 'Herencia' presenta una casa de comidas como el lugar en el mundo en el que se cruzan las vidas opuestas de dos desarraigados. Los ñoquis, esa pasta italiana de patata, harina y queso de ricota, preludia una estancia de platos italianos amenazados por al comida basura globalizada. En este microcosmos, Olinda y Peter encarnan un bocado de nostalgia, sabores del pasado y olores de barrio mientras la vida se cuece a fuego lento.