«Ante el estigma del VIH, somos la respuesta»
Cantabria contabilizó durante 2024 cuarenta nuevos diagnósticos, la cifra más alta de los últimos cinco años
Cuando Leonel Navarro recuerda el día en que le diagnosticaron VIH, se queda unos segundos en silencio. Aún puede sentir aquel «balde de agua fría» ... cayéndole encima. Tenía 23 años y acababa de enterarse de que su pareja, que había tenido contactos sexuales fuera de la relación, había dado positivo. «Sentí que todo se había ido al carajo», dice ahora –con 26 años y siendo un activista 'vihvisible'–, manteniendo su carga viral indetectable desde hace tiempo. Aquel día, en plena incertidumbre, decidió guardarse la noticia durante semanas para no alarmar a su familia. «Hasta que ya no pude más y se lo conté a mi madre. Ella fue mi pilar», recuerda.
Ese pilar, ese sostén, falta a veces en las historias de algunas mujeres en Cantabria. Durante el pasado año se registraron cuarenta nuevos diagnósticos de VIH, el 25% en mujeres, una cifra superior a la media de los últimos cinco años, cuando representaban el 20%. Y aunque los nuevos casos siguen siendo mayoritariamente masculinos, la tendencia entre mujeres crece en silencio. Como si la estadística les fuera «pisando los talones», en palabras de Luis Viloria, jefe de Epidemiología del Hospital Valdecilla de Santander, pero nadie terminara de mirar hacia ellas. Una realidad merecedora de reseñar en este 1 de diciembre, Día Mundial de la Lucha contra el Sida.
Una de esas mujeres es Maite (nombre ficticio). Vive con el virus desde hace cinco años. Su diagnóstico también llegó envuelto en «desconcierto». Comenzó con síntomas sin explicación y terminó ingresada en Psiquiatría, «sin estabilidad emocional y sin apoyo» dentro de su propia casa. «Mis hijos no lo comprendieron. Con algunos de ellos sí he sentido humillación. Nunca se habló del tema», explica. Y aún hoy, años después, sigue sintiendo esa distancia que «pesa más que el virus». Aun así, insiste en que también ha encontrado cariño fuera: en amistades y, ahora, en su pareja, que conoce su diagnóstico. «Me siento arropada. Eso te cambia la vida».
La vida de Alba (nombre elegido por ella) avanzaba como podía cuando, el pasado mes de febrero, escuchó la misma noticia que un día recibieron Leonel y Maite. Llevaba meses saliendo de una relación marcada por el maltrato psicológico y físico. Su mejor amiga, preocupada, le sugirió hacerse una prueba. La analítica se la hicieron a las ocho de la mañana. A mediodía ya la estaban llamando de Valdecilla. «Ahí se me derrumbó todo», relata emocionada. En la consulta, entre lágrimas, confirmó sus peores temores: su expareja lo sabía y nunca se lo había dicho. «Sentí rabia, ira, mucho miedo», declara. Empezó el tratamiento, denunció la agresión y acudió a Accas (Asociación Ciudadana Cántabra Anti Sida), donde encontró ese apoyo psicológico que necesitaba para «no desmoronarme».
Su caso, aunque extremo, no es aislado en un contexto donde las relaciones íntimas son, hoy, la vía de transmisión más frecuente. En Cantabria, de estos casos, en 2024 el 60% se produjo por vía sexual entre hombres y el 40% entre parejas heterosexuales, según los últimos registros consolidados. Y aunque la ciencia ha cambiado la realidad del virus –las personas indetectables no transmiten el VIH, algo ya incuestionable–, las relaciones afectivas y el estigma siguen siendo lo que más duele.
Nuevos comienzos
Leonel lo sabe bien. Aunque participa en actividades, charlas y grupos de jóvenes con VIH, sigue sintiendo ese temblor en las relaciones sociales: «Cuando alguien me pide el Instagram, dudo. Porque tengo cosas publicadas de mi proceso. Y no quiero que me pongan una etiqueta sin conocerme». Aun así, decidió hacerse visible. «Ante el estigma, somos la respuesta», repite. Con firmeza, aún cuando también él, como todos, tiene días en los que pesa lo vivido: «Es una montaña rusa. Aunque estoy indetectable y no hay que tener miedo».
Maite, por su parte, aprendió a convivir con la enfermedad hasta el punto de que a veces «se olvida» de que la tiene. Toma su medicación, trabaja y socializa. «Llevo una vida normal. Me cuido más que nunca. Y me encuentro mejor que antes». Ha aprendido a sostenerse a sí misma: «La vida sigue, y yo quiero disfrutarla. Quiero mi estabilidad, mi casa, mi tranquilidad».
Alba todavía está en ese camino. Ha pasado a un tratamiento inyectable que le ofrece más libertad y menos recordatorios diarios. Sigue en terapia y construye poco a poco una normalidad distinta. «No tengo miedo al virus. Miedo tuve antes, miedo me dio él. Esto es otra cosa», expresa. Lo que más le duele, sin embargo, es la imposibilidad de contarlo fuera de un círculo muy íntimo. «No podría soportar la mirada de otros», confiesa. Fue en la Fiesta del Orgullo donde por primera vez sintió que podía ser ella sin esconder nada. «Fue el único lugar donde he podido ser libre», destaca.
Día Mundial
Hoy se celebra el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA y, aunque muchas veces se confunde con el VIH, no son lo mismo. VIH es el virus; el sida es la fase avanzada de la infección, cuando el sistema inmunitario queda gravemente debilitado. Hoy, gracias a los antirretrovirales, la mayoría jamás llega a esa fase. De los casos registrados, el último año solo siete estaban en esa segunda fase.
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