A la caza del décimo de Navidad: «Llevo 30 años comprando allá donde voy»
Los loteros aseguran que en Santander la gente no espera a los últimos día para hacerse con los boletos
Cuando Natividad Saiz habla de la Lotería de Navidad, se le ilumina la voz. «Lo vivo con la misma inquietud que si fuera una de ... los niños de San Ildefonso cantando», confiesa. Cada 22 de diciembre se levanta temprano, se prepara un café y una tostada, y se sienta en el sofá junto al cuaderno en el que tiene apuntados todos sus décimos y cuántos ha comprado de cada número. Si le toca trabajar –como pasará este año– se pone los auriculares y escucha el sonido de las bolas. «Para mí ese sonido significa la Navidad». Es su ritual desde niña, cuando su abuela la despertaba para escuchar juntas el sorteo. Una tradición que ahora ella misma está contagiando a su marido y a su hijo.
Saiz lleva más de treinta años comprando décimos «en casi todos los sitios por los que pasa». Este año calcula que ya ha gastado unos setecientos euros. Lo dice riendo, pero con una convicción firme: «Los décimos sí o sí hay que cogerlos, aunque haya que quitarlo de otro sitio». En su casa todos participan: su marido juega el mismo número cada semana; su hijo ha heredado el gusto y compra los suyos en Valencia o Tarragona. «Vas de vacaciones y piensas: anda que si toca y no lo cojo…», admite. Su entusiasmo, contagioso, resume el espíritu de un sorteo que, más que de azar, está hecho de tradición.
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Y es que en Santander, la Lotería de Navidad no se espera, se vive. En la Administración nº7, en el Paseo Pereda, Jesús Ruiz lo nota cada año: «La gente de Santander viene primero que en otros lados. En Torrelavega lo dejan más para última hora; aquí, los últimos días ya no te compran tanto». Este verano, dice, ha sido especialmente bueno. «Ha habido muchísimo turismo. E incluso ahora, Santander siempre tiene algo; todos los días viene alguien de fuera». También le compran los que repiten año tras año y los que repiten el mismo número. «El 13 lo piden mucho, aunque yo no lo tengo. También el 17 y el 18», comenta entre risas.
Mientras los mostradores se llenan de clientes, otros viven el sorteo con fe, como Soledad Ruiz, que este año ha reunido una docena de décimos. «No juego porque me guste, si no para ver si me toca», dice con naturalidad. Compra los de su trabajo, los del estanco, la cafetería donde siempre toma el café y alguno que le regalan. «No sé de dónde me han salido tantos. Tengo de Marbella, de Cádiz… de un montón de sitios».
Los loteros confirman lo que se siente en la calle. En la Administración nº9, también en el Paseo Pereda, Juan Herrero asegura que 2025 está siendo una campaña excelente. «Este año está yendo muy bien la venta, se ha notado mucho el turismo. Hemos calculado un incremento de un 10% respecto al verano pasado». Pese al flujo de visitantes, el cliente más fiel sigue siendo el de casa: «A fin de cuentas el santanderino es el que más compra».
Herrero distingue tres etapas en la temporada: «Primero el verano, con turistas; luego una fase intermedia, con excursiones e Imserso; y finalmente, desde octubre hasta diciembre, cuando se mueve la gente de aquí, sobre todo empresas e instituciones». Los números más buscados, dice, «siguen siendo los terminados en cinco, siete y trece y también números llamativos como el 69» aunque este año hay una tendencia distinta: «Se piden muchas fechas personales —nacimientos, bodas, códigos postales—».
En Santander, como en toda España, el sorteo más famoso del año sigue siendo un eco de costumbres, supersticiones y afectos. Entre cafés, participaciones, colas, risas y promesas, los décimos pasan de mano en mano con la misma fe de siempre. Porque en el fondo —como diría Natividad Saiz— lo importante no es si toca, sino sentirse, por un momento, tan nerviosa e ilusionada como los niños de San Ildefonso.
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