Christoph Ritcher
El intérprete alemán es uno de los docentes que durante este mes forma a los estudiantes del más alto nivel en el ciclo de Música y Academia
Profesor de violonchelo en la Folkwang University de Essen (Alemania) y en la Royal Academy of Music de Londres, Christoph Ritcher lleva unido al violonchelo ... desde que tenía once años. Y hasta hoy, manteniendo la misma pasión y afán investigador, que quiere transmitir a sus alumnos en el Encuentro de Música y Academia de Santander.
–¿Qué significa para usted formar parte de este evento?
–Significa mucho. Primero, me encanta la idea de que aquí hay estudiantes y profesores, pero tocamos juntos. Por supuesto que las clases individuales son una parte importante, pero el hecho de que podamos hacer música de cámara juntos me entusiasma. Ensayamos con los estudiantes, somos compañeros. No somos profesor y alumno, sino socios musicales. Eso es estupendo para intercambiar ideas y trabajar de ese modo.
–¿Desde ambos lados?
–Sí, absolutamente. Yo aprendo muchísimo de los estudiantes. De hecho, personalmente, me gustaría que la parte de tocar con ellos fuera un poco mayor. Otro aspecto importante del festival para los estudiantes es que tienen muchas oportunidades de tocar en conciertos. Eso no sucede tan a menudo. Tocar en público es fundamental: siempre se aprende algo nuevo, y para los estudiantes es esencial. Creo que no tienen suficientes oportunidades normalmente. Por eso me encanta este lugar.
–¿A qué edad dio usted su primer concierto? ¿Fue con la misma edad que estos jóvenes?
–Mi primer concierto con orquesta, un concierto para violonchelo, fue a los 13 años. Ya había dado otros conciertos antes, pero sentarse delante de una orquesta y tocar un concierto, eso fue a los 13. Hace 100 años ya… (risas). Fue realmente importante.
–Respecto al escenario, Santander, ¿qué papel juega en este mes que pasan en la ciudad?
–¿Sabes? Toqué en el festival en 1985 o 1986, creo. Y luego no volví hasta ahora. En aquel entonces, los conciertos eran en un patio cubierto, y llovió muchísimo. Y también recuerdo que, el día que llegamos, teníamos la tarde libre y vi que Paco de Lucía tocaba esa noche. Era uno de mis guitarristas favoritos. Me las arreglé para conseguir una entrada y escuchar ese concierto. Inolvidable, por supuesto.
–Un singular recuerdo de Santander.
–Fue realmente especial. Volver ahora es otra cosa. Esta ciudad es muy diferente de otras. Tiene el mar, pero también las colinas dentro de la ciudad, las montañas alrededor, la bahía, los barcos, las playas… es muy impresionante.
-The Times le describió como un violonchelista «intrigante, penetrante y sublime». ¿Se reconoce en esa descripción?
–Esa reseña fue después de tocar las suites de Bach en Londres, en un festival. Lo que querían decir es que yo intento investigar mucho. Tengo una visión muy personal de cada obra que toco. En este caso, las suites de Bach, pero siempre me pregunto: ¿cómo puedo hacer que Bach hable al público? Eso mismo trato de transmitir a los estudiantes: hay que hablar con los compositores. Preguntarse por qué tomaron determinadas decisiones. Y solo formulando esas preguntas, buscando de verdad, uno puede empezar a comprender sus elecciones.
–¿Y cómo se establece ese diálogo con los genios?
–Intento inspirar a los estudiantes a imaginarse junto al compositor, en su época. Por ejemplo, Beethoven: sin coches, sin luz eléctrica, con calles de adoquines y mucho ruido. Todo eso ayuda a entender mejor su obra. Necesitamos conocer esas historias cuando trabajamos una obra. No basta con analizar y practicar; hay que acercarse al compositor. Es como el método Stanislavski en la interpretación, meterse en la piel del personaje.
–¿Cree que para los estudiantes es útil tener estilos de enseñanza tan distintos?
–Totalmente. Al final, cada uno debe decidir su camino. No deben copiar estilos. Puedo explicar cómo funciona la técnica, dar sugerencias, inspirar… pero el estudiante debe encontrar su propia voz. Muchas veces se descuida el trabajo con el arco. Todos se enfocan en los dedos y la afinación, pero el sonido viene del arco. Eso era clave con Navarra, mi primer profesor: él era un hombre del arco, insistía mucho en eso.
–¿Qué recuerda de él?
–Navarra fue mi maestro más importante. Empecé con él a los 15 años, muy joven. Me trató casi como un hijo. Era una gran persona, pero también muy serio y exigente, tanto técnicamente como musicalmente.
–¿Qué papel cree que juega la música clásica en el mundo de hoy?
–Durante un tiempo tuve miedo de que desapareciera. En Alemania vemos que el público es muy mayor. Pero en Inglaterra hay muchos jóvenes, y en Asia la media de edad es de 20 a 30 años. Hay que hacer mucho trabajo desde las escuelas. En la escuela pública de mis hijos, en Oxford, hay un programa en el que un cuarteto joven visita cada trimestre y les enseña lo que es ese formato, les habla de Beethoven… Los niños y padres reaccionan increíblemente bien. Es una puerta de entrada. Veo a muchos niños con violines o violonchelos. Algunos acabarán tocando rock, y está bien. Pero otros se quedan. La clave está en la educación infantil. No se trata de programas llamativos para atraer público, sino de sembrar desde pequeños.
–Queda poco para que termine el Encuentro. ¿Qué sería para usted un buen balance de esta edición?
–Lo más importante es el contacto, el trabajo conjunto. Y conocí por primera vez a Doña Paloma, ¡qué persona tan increíble! Siempre presente, amable, lo que ella aporta a este festival es impresionante. Los estudiantes pueden actuar, ser profesionales. Eso les marca para toda la vida. Eso es lo que me queda, lo esencial. Y la ciudad. Hemos tenido mucha suerte con el tiempo, espero que dure hasta el domingo, que es cuando me voy. Pasear, comer, estar aquí… es un lugar único.
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