La fiesta del arte

El programa 'Solo Projects', que lleva funcionando más de diez años, es una seña de identidad que articula el núcleo de la feria como un conjunto de exposiciones individuales, en el que se integran las seis galerías de Cantabria.

El Espacio Alexandra presenta el proyecto 'Éter', de Estela de Miguel (Cuenca, 1992), en el que podemos ver cerámicas, vasijas esmaltadas, imperfectas, como figuras humanizadas, con su boca, cuello, vientre, culo y, sobre todo, con su vacío interior, aquel al que los alfareros llamaban alma y en el que insuflaban su aliento soplando, cuando las paredes eran lo suficientemente delgadas, para hacer aumentar su capacidad. Vasijas en las que las asas parecen piercing y las cadenas que las prolongan, collares, esmaltadas en tonos improcedentes, tan desnudas como si mostraran pieles humanas, primitivas, llenas de huellas, tan feas y decadentes como personas. Estela de Miguel vincula escenográficamente su vacío con los vacíos siderales, con el alma del universo, como si lo esencial, la razón o la sinrazón de la vida pudiera encarnarse en los lugares más dispares, lejanos, inapropiados.

Un solo gran políptico da forma a la exposición titulada 'Un paraíso rebelde', de Alfonso Galván (Madrid, 1945) en la galería Espiral. Un solo paisaje representado a contraluz, visto desde el nivel del suelo, inquietante, apocalíptico, pero no cruel, virginal, indómito, matizado con diminutos detalles de color, de luz residual que pone de manifiesto la ausencia de color, la abundancia de los matices de negro. Multitud de detalles mínimos, cuidadosamente delineados al margen de cualquier esquema formal, nos dejan ver la acumulación de imperfecciones que se da en la naturaleza, las ramas secas, las hojas quebradas, los tallos irregulares, las nieblas que cortan el paisaje. En la esquina de uno de los grandes paneles del políptico, hay un pequeño sello rojo, una firma japonesa reveladora del espíritu oriental y romántico que anima la obra,de la veneración sentida por los misterios de la naturaleza sobrecogedora.

En Estela Docal, Antonio Hurtado (Pamplona, 1946) presenta el proyecto 'Caminar, simplemente caminar' compuesto por una serie de pinturas abstractas, de geometría ortogonal, de colores fríos, claros, grises, de tintas planas texturadas. Tienen títulos que hacen referencia a paisajes, a las sensaciones que provoca el deambular errático, el caminar como forma de despertar los sentidos, activos a través del túnel abierto por la trayectoria. Las acuarelas figurativas reflejan ese caminar por el paisaje, en deriva melancólica, con los mismo colores, aunque ahora depositados con trazos gestuales.

Paco Guillén (Las Palmas de Gran Canaria, 1974) presenta 'Oxide' en la galería JosedelaFuente, un trabajo sobre el deterioro, el tiempo, los fantasmas de la soledad. La obra es concebida como un suceso, compuesta por dibujo sobre papel fotográfico, pintura mural y videoinstalación. Es una propuesta dramática, expresionista. Paco Guillén pinta sobre soportes fotográficos maltratados, que han sufrido un proceso que deja únicamente los colores de la oxidación, para remarcar los bordes que ha generado a partes iguales su intervención y el azar. Busca las formas de sus sueños, las pesadillas que cambian de forma, los mensajes inestables. La línea, con pulsaciones de distintos grosores, le sirve para trazar,ocasionalmente,figuras delirantes, agresivas. En el vídeo, dos montañas blancas plantean relaciones sentimentales de aproximación y rechazo en un entorno terminal.

Relicarios de malas hierbas, botánica periférica, tierra inculta, lugares obscuros heridos por la luz del flash o por los faros del automóvil dan forma a las gran instalación fotográfica de Miguel Ángel Tornero (Baeza, 1978) que llena el espacio de la galería Juan Silió. Trabaja la imagen como algo vivo, orgánico, que es necesario ver en directo, irreproducible. La fotografía en un campo expandido, que se ha saltado sus límites, que recupera los soportes analógicos para convertirse en materia con una presencia escultórica, con un devenir inestable. Es obra única que retoma el halo de lo que no cambia de tamaño, de lo ligado a una escala inmutable.

Un trabajo artesano, escenográfico, un continuo paisaje nocturno de extrarradio, de cardos y pitas, de plantas irreductibles. También es un collage en el que hay continuidad entre forma y contenido. Refleja lo destartalado, lo olvidado, la tierra de nadie, por medio de un soporte igualmente maltratado, por medio de una gama amplia de negros de diferentes materiales entre los que encontramos los plásticos de las bolsas de basura. Son inquietantes nocturnos de novela negra, de marginalidad romántica. A pesar de la enorme diferencia de planteamientos, hay un lejano nexo conceptual o poético con el otro nocturno romántico, amenazador, con el políptico 'Malas perspectivas' de Alfonso Galván.

Arancha Goyeneche (Santander, 1967) expone en el espacio de la galería Siboney el proyecto '28 rayas', las mismas que servían para registrar los periodos lunares de la mujer grabados sobre colgantes, ligeros amuletos, sobre huesos hioides encontrados en las excavaciones de Altamira. Son pequeñas joyas conceptuales que nos hablan del tiempo primitivo de la naturaleza, de Aión, el olvidado dios griego del tiempo cíclico vinculado a los meteoros y a los sentimientos. Son secuencias de 28 notas que forman una imagen compleja, que se coordinan y materializan en una figura. Arancha Goyeneche ha sabido traer esos misteriosos ábacos para encarnarlos en unas nuevas series icónicas, materiales, coloristas, para darles la fisicidad que les otorga sentido. ¿Cómo contaban aquellas mujeres del paleolítico hasta alcanzar la cifra 28? ¿Utilizaban un sistema de numeración de base 28?

No creo que se tratara de un proceso recursivo de conteo, sino del registro de una imagen compleja sobre un talismán, sobre un objeto palpable, sobre un soporte de memoria externo. Se ha comprobado que hay aves cantoras, parlanchinas, que son capaces de distinguir entre series de un número muy elevado de golpes, por ejemplo entre cuarenta y cuarenta y tres toques. Los habitantes de las cuevas de Altamira también debían saber distinguir entre las imágenes de largas secuencias distintas.

Goyeneche pone en valor algo pequeño, cotidiano, atemporal, emocionante, y le vuelve a dar, a estas largas cadenas, categoría de imágenes, de dibujos llenos de color, ritmo, con formas únicas, distintas, apoyadas en sinestesias: los números vuelven a tener color.