La huella cántabra en Tito Bustillo
Los arqueólogos cántabros, en especial Alfonso Moure, desarrollaron una importante labor tras el descubrimiento de la cueva hace ya cincuenta años
Hace cincuenta años que diez jóvenes aventureros hicieron historia en Ribadesella. Uno de ellos, Celestino Fernández Bustillo, 'Tito Bustillo', falleció poco después en ... un accidente de montaña. Por eso, sus compañeros decidieron poner su nombre a la cueva. Cincuenta años después, 2018 ha sido un año intenso de actividades sobre el descubrimiento y las excavaciones posteriores en las que fue relevante la participación de arqueólogos cántabros, especialmente la del entonces joven profesor Alfonso Moure, que dirigió las excavaciones entre 1972 y 1986. También participó Manuel González Morales, exdirector del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria y catedrático de la Universidad de Cantabria, quien califica el descubrimiento de la cueva como «uno de los más importantes de la Prehistoria española» y lamenta que la ingente labor desarrollada por Alfonso Moure -más de dos décadas dirigiendo las excavaciones y numerosas publicaciones científicas y artículos de divulgación- no se recoja ni en el Centro de Arte Rupestre de Tito Bustillo ni en las exposiciones temporales del cincuentenario: «Parece de justicia dejar constancia de ella», sentencia.
La cueva de Tito Bustillo, situada en las cercanías de la localidad asturiana de Ribadesella, contiene uno de los principales conjuntos de arte rupestre paleolítico de toda Europa, como ha reconocido la Unesco al incluirla en la Lista del Patrimonio Mundial. Ha sido objeto de investigaciones prácticamente ininterrumpidas desde poco después del descubrimiento hasta casi la actualidad. Tras el descubrimiento, los primeros sondeos arqueológicos fueron realizados por Miguel Ángel García Guinea, entonces director del Museo de Prehistoria de Santander, por encargo de Martín Almagro, Comisario General de Excavaciones, que asumió la responsabilidad del estudio de la cueva. García Guinea trabajó en 1970 a pie del panel principal de pinturas, bajo los hermosos caballos y renos pintados, localizando los testimonios dejados por los artistas magdalenienses que los crearon. También abrió otro sondeo en la zona que presumía cercana a la boca original de la caverna, hoy cegada por un gran derrumbe. El trabajo en esta zona produjo resultados extraordinarios, localizando un área de habitación llena de restos de la actividad de sus ocupantes. Fue también autor de una monografía sobre aquellas excavaciones, publicada por el Patronato de las Cuevas de Santander en 1975.
Dos años más tarde, en 1972, un joven Alfonso Moure, formado en el Museo de Prehistoria de Santander y recién licenciado en la Universidad de Valladolid, asumió la dirección de las excavaciones, en una larga trayectoria que no terminaría hasta 1986. Según relata González Morales, fueron unos trabajos que desvelaron los misterios de las excavaciones paleolíticas «a muchos de los que luego fuimos catedráticos de Prehistoria, profesores de investigación del CSIC, conservadoras del Museo Arqueológico Nacional y una larga nómina de especialistas».
El trabajo de Moure fue «fundamental» para documentar y contextualizar el yacimiento
Cuando el profesor Moure se incorporó a la Universidad de Cantabria en 1983 aún continuó algunos años con los trabajos de campo, incorporando a alumnos de la especialidad de Prehistoria y Arqueología de esta institución académica, así como con los estudios de los materiales recuperados. Estas excavaciones permitieron un conocimiento profundo de las distintas etapas de ocupación de la cueva a lo largo del periodo magdaleniense y de las formas de vida de sus artistas, y recuperaron una magnífica colección de obras de arte mobiliares, complemento de la decoración de sus paredes. También fue fundamental su labor de estudio del arte paleolítico de la caverna asturiana, continuada hasta finales de los años 90.
Alfonso Moure publicó una larga serie de artículos científicos desentrañando la compleja riqueza de la decoración parietal de la cueva y su relación con las áreas de ocupación humana de la misma, junto al profesor Rodrigo de Balbín, que se incorporó algunos años más tarde, en 1979, a los trabajos de fotografía, calco y análisis de las figuras pintadas y grabadas de Tito Bustillo.
Sin embargo, en el cincuentenario de la cueva de Tito Bustillo, los distintos documentales no recogen este ingente trabajo de los arqueólogos cántabros. González Morales insiste en la importancia de sus descubrimientos para «la investigación y el conocimiento arqueológico de este extraordinario yacimiento, que es lo que nos permite saber de cuándo son sus pinturas, cómo vivían sus autores cuando ocupaban la cueva, cómo se movían por ella para realizarlas y todo lo que era, en suma, su forma de vida».
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