La memoria íntima de Cantabria revive en la Filmoteca gracias a las películas en Super-8
El programa gratuito ha rescatado ya 900 filmaciones familiares y amateurs mientras se llama a particulares, empresas e instituciones a digitalizar sus cintas de vídeo antes de que sea tarde
La emoción contenida en un carrete doméstico, la textura vibrante del Super-8 y ese temblor característico de las cámaras familiares componen desde hace cinco ... años un archivo único en la Filmoteca de Cantabria. Un proyecto discreto, casi artesanal, que ha permitido rescatar 900 grabaciones —unas 600 en Super-8 y el resto en otros formatos— y convertirlas en un fondo vivo que no solo preserva la memoria íntima de cientos de familias, sino que revela, con un valor documental incalculable, cómo se vivía, celebraba y viajaba en Cantabria entre los años 60 y 80.
La iniciativa nació con una premisa clara: recuperar, digitalizar y custodiar películas familiares y cine amateur para evitar que se pierdan para siempre. Porque en esas imágenes, aparentemente modestas, laten escenas que ya son historia: bodas, comuniones, verbenas, excursiones, los primeros veraneos o los últimos retratos de abuelos que solo existen en un par de fotogramas gastados. Y junto a esas escenas íntimas, también aparecen tradiciones locales, fiestas populares y fragmentos de vida cotidiana que conforman un retrato emocional de toda una época. Pese a su importancia social y cultural, y pese a que se trata de un servicio completamente gratuito, el programa no es todavía demasiado conocido. Su valor va mucho más allá del interés personal de los propietarios: las cintas pasan a formar parte del archivo de la Filmoteca, donde quedan catalogadas, estudiadas y disponibles para investigadores y, cada vez más, para productoras de cine y televisión que buscan material auténtico para recrear aquellas décadas. Eso sí, solo se ceden si los dueños lo autorizan.
Los rollos recuperados revelan escenas domésticas, paisajes y fiestas familiares
La última donación es el archivo del productor audiovisual cántabro Alejandro Trinchant
El funcionamiento resulta sencillo. Quien desee digitalizar sus películas solo tiene que acudir a la Filmoteca y firmar un consentimiento. A cambio del trabajo de recuperación, la institución se compromete a custodiar el material, conservarlo, clasificarlo y analizarlo. Una vez digitalizadas, el propietario recibe una copia y decide si recupera la película original o la deja en depósito. Si no indica lo contrario, se entiende que la Filmoteca la incorpora a su archivo, salvo deterioro por causas de fuerza mayor o imprevistos inevitables. Una vez recibido el material, comienza un proceso delicado que combina técnica, paciencia y un punto de arqueología cinematográfica. Lo primero es la limpieza: muchas de estas cintas llegan polvorientas tras décadas en altillos o cajas cerradas. Para ello se utiliza la moviola, un aparato que permite revisar fotograma a fotograma y que servirá también para procesar el sonido.
Después llega uno de los momentos clave: el escaneado en 4K, un trabajo minucioso que realizan Pablo Lasén y Adrián Fernández, responsables de buena parte de la recuperación de este archivo. Más allá de obtener la mejor calidad posible, la prioridad es preservar toda la información que la película pueda ofrecer: lugares, rostros, detalles de vestuario, decorados improvisados o la luz de una tarde cualquiera en una casa familiar.
Solo después del escaneado se trabaja el sonido, también con moviola, aunque no siempre es posible lograr una sincronía completa. Finalmente, llega la fase de catalogación y archivo, en la que las películas reciben varias etiquetas: lugares, fechas aproximadas, celebración, personajes reconocibles e incluso anotaciones sobre personalidades famosas que a veces aparecen en las cintas.
Según explican Lasén y Fernández, la mayoría del material que reciben pertenece a familias de cierto nivel adquisitivo, porque eran quienes podían permitirse una cámara en aquellos años. Abundan las celebraciones y las vacaciones. Y, de vez en cuando, también aparece alguna sorpresa inesperada, como alguna película porno, fragmentos de ficción amateur o pequeños ensayos visuales que muestran cómo algunos aficionados experimentaban con la cámara. Además del Super-8, el archivo recibe formatos muy diversos: Super 16, Pathé Baby (muy usado en los años veinte), Betacam, cintas VHS y hasta algún DVD. El problema es que estos materiales no pueden digitalizarse aún en la propia Filmoteca, por lo que se envían a otras instituciones fuera de Cantabria, asumiendo la Filmoteca el coste íntegro. Tal y como recuerda el director, Christian Franco, «nadie paga nada».
Los fondos de Trinchant
El proyecto continúa expandiéndose, y entre las prioridades está la adquisición de una nueva máquina que mejore la adaptación del sonido a la imagen, así como otra que permita digitalizar todos los formatos de vídeo sin necesidad de recurrir a otras filmotecas, para esta última la inversión, según calcula Franco, rondaría los 3.000 euros. Pero lo más urgente ahora es el llamamiento que lanza la institución. No solo a particulares sino especialmente a empresas e instituciones que guardan material audiovisual en formatos analógicos. La razón es clara: hay constancia de que hacia 2031 muchas cintas de vídeo dejarán de ser recuperables en condiciones óptimas. Y el riesgo de perderlas definitivamente es real.
Un ejemplo reciente ilustra ese valor: la Filmoteca incorpora a su archivo los fondos que ha donado la familia del productor audiovisual cántabro y experto en documentales sobre patrimonio cultural Alejandro Trinchant. Se trata de más de 300 materiales en diferentes formatos, muchos de ellos en Betacam, referentes a su labor como productor y a su trabajo como comisario en diversos eventos sobre arquitectura. Una donación que según Franco supone incorporar un fondo «muy importante por la calidad de sus materiales y por la dificultad de acceso a ellos, además de permitirnos iniciar la reconstrucción de la memoria de aquellas muestras internacionales de patrimonio arquitectónico». La donación ha sido realizada por su hija, Vanessa Marimbert.
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