«Mi propio pulso es la música de fondo que mueve el pincel en una suerte de trance»
Juan Uslé regresa veinte años después al Museo Reina Sofía, al que dona tres cuadros, con la retrospectiva 'Ese barco en la montaña' y cierra un prolífico año expositivo que refleja la obra de uno de los grandes creadores de la pintura española
M. Lorenci/G. Balbona
Miércoles, 26 de noviembre 2025, 07:26
La travesía 2025 del artista santanderino Juan Uslé, tan profusa en lo expositivo como extraordinaria en sus miradas reflexivas, revisión de etapas y confluencias entre ... itinerarios, arribó ayer a su segundo puerto simbólico: el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. El primero, en verano, fue el escenario portuario del Palacete del Embarcadero santanderino. Dos estancias diferentes para una singladura coherente, emotiva, vital, creativa e intelectual. Once salas, más de cien obras pictóricas y 170 fotografías, su Línea Dolca, configuran el itinerario de cuatro décadas de arte que el Museo dirigido por Manuel Segade propone desde hoy hasta la primavera de 2026. Una muestra, entre la antológica y la retrospectiva, que supone además su regreso al museo madrileño veinte años después de su anterior comparecencia. Su primera obra 'Un barco en la montaña', que remite al hundimiento del buque Elorrio muy cerca de la casa de su niñez, es ese espacio al que se remite a lo largo de su obra, «del que nunca ha salido».
Nueva York, Santillana del Mar, Santander, Madrid y, en diciembre, Londres son los faros de esta navegación interminable. En el pasado hubo muchos otros años importantes en cantidad y significado para Uslé, entre muestras en museos y centros de arte de toda Europa, pero quizá no había coincidido en el tiempo una sucesión de propuestas tan vinculada a su memoria y a la reflexión que acompaña a cada uno de sus pasos.
Entre Saro y Nueva York ha discurrido el viaje plástico y vital de Uslé (Santander, 1954) por las rutas de la abstracción, la geometría, la oscuridad y el color de más de 40 años. El Museo Reina Sofía se hace eco de esta revisión. Un creador que ha hecho de su propio pulso el motor de su aventura pictórica. Como ya se anticipó, 'Ese barco en la montaña', título de la exposición, que preside ese recorrido circular a través de las salas del edificio Nouvel, avanza de forma cronológica conectando las 'familias' de obras y las experiencias vitales del artista, con etapas expresionistas, abstractas y algún episodio figurativo.
Como ya hiciera este verano en la UIMP junto a su familiar las también artistas Victoria Civera y Vicky Uslé, evocó sus inicios en los ochenta en Nueva York. Llegó a la Gran Manzana «como un pardillo». Sin hablar una palabra de inglés ni tener un proyecto concreto, logró una beca Fulbright que se revelaría «milagrosa» y la atención de grandes galeristas. «Eran tiempos de desconcierto y pintaba lo que podía y como podía en papeles y tablas que encontraba en la basura». Lo explica ante las páginas de un libro de contabilidad hallado en la calle que intervino realizando las primeras acuarelas neoyorquinas de inspiración 'duchampiana'. Una extraña serie de aire figurativo en una galaxia abstracta que exhibe junto a los negruzcos paisajes con los que evocó, entre rascacielos, la tragedia del Elorrio y su añoranza de Cantabria. Su etapa 'negra' de Nueva York «refleja la situación que vivía entonces, encerrado e incomunicado y sin un duro,», precisa ante cuadros como '1960. Boat at sea' que inspiran el título de la muestra.
«No sabía a qué había ido, ni me sentía pintor, pero en Nueva York encontré a otros 'juanes' que querían volar. Había tiempo para zozobras, obsesiones, sueños y pensamientos», confesó ayer en Madrid. Logró sentir Nueva York como «mi casa» y desde 1987 vive a caballo entre la ciudad de los rascacielos y Saro.
«Nos habitan muchos otros. Hay un Juan Uslé que nunca está contento con lo que hace, al que le parece que todo es un desastre. Pero y hay otro contento y satisfecho del resultado», aseguró al repasar las cuatro décadas de una doble «travesía» en la que la inicial grisura neoyorquina se trasmutó en una explosión de color y geometría. No en vano se le otorgó el Premio Nacional en 2002 «por conciliar geometría y lirismo». «No sé si me siento ya pintor o no, me costó mucho decirlo. Nosotros (por él y Civera) cuando íbamos a Nueva York y nos presentaban diciendo 'es pintor español', te ponías de todos los colores. No estábamos acostumbrados en España a reconocer la profesión de artista o de pintor como algo normal, vivíamos acomplejados y solamente ciertas figuras o personas que pertenecían a ambientes muy distintos a los nuestros vivían esa libertad y esa autosuficiencia capaz de hacerles disfrutar, gozar y participar», evocó durante la presentación.
Tras la obra de Uslé caben un «proceso de constante descubrimiento, de viaje o de periplo», a la vez que una indagación sobre «distintos tipos de belleza, que no tiene por qué estar en lo evidente». El comisario de la exposición, Ángel Calvo Ulloa, sitúa además su trabajo en la «abstracción lírica». Un concepto que Uslé acepta «sin comprenderlo muy bien». «Lo que dicen los demás de mí me gusta, pero no sé muy bien qué es lo que hago», reconoce.
«La pintura es mi laboratorio vital. Busco el ritmo para que la luz y el espacio se muevan y nos procuren una emoción»
«No sabía a qué había ido, ni me sentía pintor, pero encontré a otros 'juanes' que querían volar»
De la soledad de su estudio a la presencia mediática en el Museo Nacional. «La pintura es mi laboratorio vital. Busco el ritmo para que la luz y el espacio se muevan y nos procuren una emoción. Mi propio pulso es la música de fondo que mueve el pincel en una suerte de trance que me tomo muy en serio; en un viaje, un perderme», explicó el pintor sobre su mecánica creativa».
A juicio del comisario, la labor creativa de Uslé «articula un lenguaje visual, profundamente íntimo que oscila entre lo gestual y lo geométrico». Algo que convierte su pintura «en ritmo, respiración y memoria». Un enunciado que, esta vez sí, convence al pintor.
Pensamientos, recuerdos y paisajes vividos se reflejan y alimentan su pintura, pura meditación, que viaja de lo teórico aúna búsqueda constante de lo existencial: el agua, la luz, el silencio, lo infinito. «Es el deseo y la necesidad de aventura y de viajar lo que me mueve. Mantengo el hambre, el deseo de pintar con grandes dosis de exigencia y compromiso» , se ufana. «Intento no quedarme jamás en la zona de confort del estilo», aclara, lo que le permite hacer constantes descubrimientos. Y subrayó de nuevo «la importancia de lo espacial y lo atmosférico que a menudo da lugar a una ambigüedad y una complejidad que requieren un tiempo largo de concentración y escucha».
Tres de las obras expuestas ya pertenecen a la colección permanente del Reina Sofía. Uslé las ha depositado después de muchos años de préstamo. Los tres cuadros formaron parte de la 'Documenta IX' de Kassel (Alemania) en 1992, después pasaron como depósito temporal al Reina Sofía y «por alguna razón, aquí quedaron», dijo Uslé.
El artista participó en la Bienal de Venecia, (2005), la Bienal de Estambul (1992) y la de São Paulo (1985). Conviene recordar que ha expuesto en casi todos los grandes museos internacionales y su obra está en colecciones públicas y privadas del MoMa de Nueva York, a Boston y Houston, el Macba de Barcelona, Pompidou de París, o el Guggenheim de Bilbao, Serralves de Oporto o la Tate Modern de Londres.
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