«Las redes falsean nuestra relación de un modo que la verdad resulta miserable»
Gonzalo Calcedo | Escritor ·
El galardonado narrador, que siempre busca refugio en lo breve, ha dejado que la pandemia asome al fondo de sus cuentos. «Hemos dicho adiós al planteamiento, nudo y desenlace»-¿Cómo ha vivido este tiempo de perplejidad y extrañeza?
-Disminuido, sin empuje. Invadido por esa perplejidad que comenta. Las estadísticas eran lacerantes. Un ... cargo de conciencia numérico que te cuadriculaba el pensamiento. La sensación de inutilidad se hizo permanente. Participabas de un sentimiento común, un hurto de la vida normal. Con las semanas (estuve solo la mayor parte del tiempo) llegué a la aceptación del encierro. Adaptación, supongo. Ya no me importaba que durase más. Dejé de anhelar salir.
-¿Ha tenido miedo? ¿Cree que la pandemia ha delatado nuestras debilidades o nuestras máscaras?
-He tenido un miedo humorístico al principio, como cualquiera. Me refiero a las noticias iniciales, a las chanzas sobre esa ciudadana china interpelada por un dron. Cuando el contexto igualó a todos, el humor se tornó agridulce. De eso al escalofrío solo hubo un paso. La pandemia nos ha desnudado. Las máscaras parecían caerse, cierto, pero la segunda vuelta de este ciclo, tras la recuperación de cierta libertad, nos ha vuelto a colocar los disfraces de siempre. Es complejo cambiar. Los políticos son un ejemplo perfecto.
-Su fama le precede. ¿Su vida hacia adentro, cierta misantropía... deduzco que le habrán facilitado el confinamiento?
-Los días se soldaban unos con otros formando un todo gris, de plomo. A falta del salvavidas laboral, costaba distinguir un sábado de un martes. Trasnochaba. Pero no puedo afirmar que me sintiese a gusto por, en otras situaciones, disfrutar de la soledad. El desgaste de todos era evidente. No hacía falta diseccionar la vida doméstica y familiar en busca de horas para escribir. Sobraba tiempo. Te lo regalaban, aunque manchado por la pena.
-Hay escritores que han confesado que estos meses han tenido problemas para centrarse. ¿Ha tenido esas sensaciones?
-Las rutinas, al menos en mi caso, me ayudan a escribir. Lo intenté desde el principio. No abandonarme, recrear los hábitos de siempre para salvaguardarme. Tenía un libro terminado que iba a publicarse en abril. Tocaba repasarlo. De repente perdió una gran parte de su sentido. Nunca he sido un escritor coyuntural, pero echaba en falta en sus páginas otra clase de dolor. El que veía en los medios. Aparecerá en septiembre, sumergido en el tropel de novedades aplazadas. Otro título arrinconado por las circunstancias. Perezosamente van rehaciéndose en mi cabeza. Cobrando el sentido de antes. Lo que más me reconfortó fue leer a otros autores, ver mucho cine, escuchar música. Un pequeño universo en el que orbitar.
«El lado sanitario irá opacándose. Las maldades de la economía perduran»
TRAS LA PANDEMIA
-¿Considera un reto la novela de la pandemia, o es tan solo una llamada editorial?
-Habrá editores que busquen esa novela y autores que se planteen escribirla. Yo no he podido evitar que sea el telón de fondo de varios cuentos. Pero siempre dejando que el malestar de los personajes vaya más allá de esa particularidad. Intentaba que las historias sobreviviesen sin la pandemia. Un futuro absolutamente desquiciado. Cualquier guerra ha generado gran literatura, lo cual no hace buenas las batallas. Con la pandemia sucederá lo mismo. No habrá un armisticio claro, me temo. De la brusquedad del ataque inicial pasaremos a una convivencia resignada. A meditar sobre ello o, por qué no, a frivolizar. La novela suele ser moda y no tendrá escapatoria.
-Hay un pulso entre el pensamiento, lo narrativo y lo poético a la hora de enfrentarse a este presente incierto. ¿Cree que existe un lenguaje y un género más propicio para ello?
-La novela puede permitirse la superficialidad. Es efectiva como bestseller, lo cual es una virtud. En la poesía no suele existir esa condición literaria. Tampoco en el relato. El ensayo tiene los condicionantes de la ideología y la culpa. Incluso siendo puramente médico, buscará responsables. Si se enzarza con la política, se parecerá a esos artículos y editoriales que el periodismo más politizado nos regala a diario.
-Sus cuentos siempre poseen un halo de extrañeza existencial. ¿Ha escrito nuevas ficciones durante este tiempo?
-Había empezado a escribir cuentos este 2020 como parte de un nuevo ciclo. Siempre procedo así. Escribo durante meses y luego busco en el total de relatos la matriz de un libro. Si aparece, bien; si no, lo dejo y espero a la siguiente hornada. No siempre encuentras lo que quieres. En los que he escrito durante todo este tiempo la enfermedad fue apareciendo lentamente, con esa constancia mecánica que la tornaba imbatible. Un martilleo de dolorosas cifras. Interrumpí el ciclo con la llegada del abismo, ese 'pico' que estaba en boca de todos. Luego añadí un epílogo que encerraba cierta nostalgia por lo perdido. El libro, aun tierno, reposa en ese cajón que es el disco duro del ordenador. Nunca he escrito algo tan condicionado.
EL PERFIL
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En datos. Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) vive en Santander desde hace décadas. Ha obtenido el reconocimiento en numerosos certámenes nacionales e internacionales. 'Otras geografías' (Premio NH), 'Liturgia de los ahogados' (Premio Alfonso Grosso) 'La madurez de las nubes', 'Apuntes al natural' son algunos de sus libros. Su obra ha sido incluida en diferentes antologías canónicas. Hasta ahora ha publicado una quincena de libros de relatos y dos novelas breves. Los dos últimos títulos. Las inglesas (Menoscuarto) y Playa Omaha (Salto de Página).
-La cultura es de nuevo la peor tratada. ¿Será preciso buscar meros espacios de supervivencia?
-La gran contradicción es que nunca se ha consumido tanta cultura como en estos meses. No me refiero a ir al cine o acudir a conciertos, que tiene un lado social, sino a ver películas en casa, a leer, a distraerse poniendo la radio. A la gente le cuesta aceptar que todos esos contenidos los ha creado alguien. Que hay autores, actores, músicos. Un cuadro o una escultura son únicos, pero todo lo reproducible choca con la insolidaridad del todo gratis. Nos adaptaremos. Ya está sucediendo. Pero en mi gremio, las tiranteces del mercado editorial terminan por agriarte.
-¿Opina, como se dice, que cambiaremos tras la pandemia?
-Las redes sociales han falseado nuestra relación. Nada es verdad. O es una verdad tan adornada que resulta flagrante y miserable. Pura invención. Las amistades son, indiscutiblemente, 'peligrosas'. La voluntad de cambio es otra cosa más seria. Apenas llevamos unos días de nueva normalidad y los viejos hábitos asoman su hocico por cualquier parte. Cambiar implica desplazarse. No nos hemos movido de la línea de salida. A lo sumo se trata de una salida en falso.
-La tecnología nos ha servido para estar en contacto. ¿Perderemos algo de nuestra esencia?
-Siempre hemos viajado en el vagón de cola de la tecnología. Un desplazamiento lento, sin demasiadas curvas. Podías apearte en una estación y tomarte un respiro; no pasaba nada. En apenas unas décadas esta transición ha colapsado. Si no vives el día a día digital, estás fuera. La esencia humana que menciona sigue ahí, no puede desaparecer, pero la reflexión se extiende por estratos demasiado profundos. Hay que molestarte en llegar a ellos, lo cual supone un esfuerzo y cierta lealtad con uno mismo que cuesta encontrar.
«Mucha gente busca una felicidad envuelta en celofán difícil de hallar. De ahí surge la derrota»
SOLEDAD Y FRUSTRACIÓN
-Ha sido fiel al cuento. ¿Cuál es la identidad de este género?
-El cuento moderno es búsqueda. La estructura a veces lo daña. Está hecho de fogonazos. Es como mirar una fotografía. Un golpe de vista te transmite algo. Es más una canción que una sinfonía. Siempre he dicho que el azar interviene. Hemos dicho adiós al planteamiento, nudo y desenlace. Pero su esencia está siempre en discusión. Se le reconocen virtudes propias que muchas veces carecen de relevancia en el panorama editorial. Para mí ya es una historia vieja. No me interesa esa dicotomía entre calidad y ventas. Me he resignado.
-¿Cuál es su 'nueva normalidad' de narrador?
-El piloto automático, ya programado, me conduce a mis viejos mitos y querencias. Tras los cuentos de la pandemia pensé que no iba a recuperarlos, pero están allí. Yo mismo me sorprendo a diario pensando en lo de antes con ligereza, como si lo sucedido durante los peores meses de la crisis fuese una oración muy larga entre paréntesis. Es injusto, poco solidario. El lado sanitario irá opacándose. Las maldades de la economía perduran más. Escribo para entenderme y comprender a los demás. Y porque me divierte, no lo voy a negar.
-¿Teme que la sociedad caiga en un sistema de vigilancia, de censura y autocensura?
-Sinceramente, ni me lo planteo. Nunca le he tenido miedo a ese supuesto totalitarismo digital que nos acecha. La autocensura es otra cosa. Callar para sobrevivir y no ser señalado. Los populismos fomentan distingos inaceptables. No se pueden simplificar las opiniones. Incluso en blanco y negro, la fotografía de las cosas encierra mil matices.
«Fracaso y soledad son inherentes al mundo que nos ha tocado vivir»
-¿Cómo es su colaboración con el programa del Centro Botín?
-Marcos Díez me propuso participar en un encuentro literario sobre la creación y la pandemia. El aislamiento como regla. Un poeta y un autor de cuentos. Diferentes razas de escritores, pero no tanto de personas. La primera vez de algo tras meses de encierro. Fue hermoso. Incluso el escritor más solitario necesita del contacto con los demás. La gran cristalera de la sala era cielo, paisaje. La cuarta pared de una experiencia entre íntima y pública.
-Hay una geografía del relato que sería complicado explicar aquí. A veces pienso que el desprecio (atenuado hoy en día) tiene que ver con sus propias dimensiones. Es un arte en parte clandestino. El ruido con el que se propaga ahora no siempre es furia. Nuestra industria editorial, salvo algunas especializadas, insiste en su condición de escalón. El no estar sujeto a modas lo mantiene siempre en un equilibrio inestable.
-He construido toda mi obra sobre esas incertidumbres. El fracaso es hermoso, literario, nunca defrauda. La soledad puede resultar lesiva, pero encierra lecciones que hoy en día, tras lo sucedido, algunos habrán aprendido. Debajo de la capa de pesadumbre que ha dejado la pandemia siguen existiendo. Son universales, inherentes a la velocidad del mundo que nos ha tocado vivir. Lo lamentable es que mucha gente, en contraposición, busca una felicidad envuelta en celofán muy difícil de encontrar. De esa búsqueda fallida surge, irrevocable, la derrota.
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