«Creo que no somos conscientes de lo que hemos hecho»
La cántabra, junto a sus cinco compañeras francesas, completa el reto de ir desde Perú hasta Tahití en una tabla solo impulsada con la fuerza de sus manos
«Brutal», «emocionada», «cansada»... Las palabras surgen para describir una proeza que sonaba a locura absoluta. Inédita en la historia humana. Seis mujeres sobre una tabla de paddleboard que impulsaban con sus manos querían cubrir la distancia entre Lima, la capital de Perú, y Moorea, en Tahití. Kilómetro arriba o abajo, unos 8.000. Por delante, el lugar más vasto del planeta, el océano Pacífico. Itziar Abascal (Santander, 1989) es una de esas mujeres. Junto a ella, las francesas Emmanuelle Bescheron, Alexandra Lux, Margot Calvet, Marie Goyeneche y Stéphanie Geyer Barneix. Las 'locas de la tabla', como ya las bautizaron en 2015 en la Patagonia cuando se quedaron por allí en vez de ir desde el Cabo de Hornos hasta la Antártida. Pero lo que el 4 de enero empezó en Lima como una locura sin límites, en la noche del sábado -hora española- se convirtió en realidad. Sobre un par de tablas, las seis 'oceanwoman' llegaban a Moorea tras 81 días de travesía. Desde el otro lado del mundo y medio día para atrás, la voz de la cántabra resuena con un compendio de emociones. La alegría, el cansancio, el orgullo... Casi tres meses de expedición para cerrar con un broche de oro la carrera de una deportista de élite, para descubrir otras facetas de sí misma y para cumplir con el fin de este reto: dar visibilidad a la asociación Hope Team East, que promueve el deporte en personas enfermas -en especial, niños- y sobre todo que luchan contra el cáncer. Esos pacientes han dado la fuerza a esas seis mujeres para completar un reto único. Y ellas les han demostrado que el ser humano no tiene límites si lucha por algo.
-¿Cómo está?
-Bufff... Súper emocionada. Creo que no somos conscientes de lo que hemos hecho. Ha sido brutal. Y el recibimiento que hemos tenido ha sido espectacular. Ya lo fue en el atolón de Hao, cuando hicimos una escala. La gente de aquí da sin esperar nada a cambio.
-¿Y cómo ha ido? Era difícil pensar en usted y no preocuparse, al imaginarse un montón de dificultades en mitad del Pacífico...
-Pues mire (risas). No se nos ha roto nada, ni nadie se ha puesto malo. Bueno, se nos rompió un motor, pero el otro aguantó. Pero lo hemos hablado mil veces entre todos. Ha habido tanta gente mandándonos buena energía... Lo hemos pensado. Porque hemos tenido mogollón de suerte.
-81 días sobre una tabla y 8.000 kilómetros de travesía. ¿Qué ha sido lo más duro?
-A lo mejor dentro de un mes le digo otra cosa. Pero a bote pronto, para mí lo más duro ha sido la barrera del idioma. A medida que pasaba la travesía se me iba haciendo cuesta arriba. Es que son 10 personas en un idioma -francés- y otra, en otro, ya que pedía en ocasiones que me hablasen en inglés. Ha sido un trabajo mental. Y hasta la mitad del camino la cosa ha ido bien, aunque desde Lima hasta Hao fue todo agua y no nos cruzamos casi con ningún barco. Pero entre los 4.000 y los 7.000 kilómetros... La convivencia en el barco se iba crispando. Quedaba la mitad del camino, pero ya con la mochila del cansancio encima. Ahí tuve una montaña rusa de emociones, todas en un día. Pero gracias al apoyo de todos -teníamos satélite tres días a la semana-... Y por los niños de la asociación. Ellos luchan todos los días.
-Parece entonces que el reto ha sido más mental que físico...
-Sí. En lo físico me he sorprendido bastante a mí misma. El hombro izquierdo me ha dado bastante guerra, pero la espalda me ha aguantado muy bien.
-¿Cómo era una jornada?
-Hacíamos, cada oceanwoman, cuatro relevos al día, 24 en total y de una hora cada uno. Nos tocaban dos relevos por la mañana y dos por la noche. Aunque había noches que solo era uno, ya que el otro era al atardecer o al amanecer. Si parábamos, por lo que fuese, lo que hacíamos era quitar la rotación entera, que no remase ninguna de las seis. Cada relevista hacíamos unos 20-22 kilómetros diarios. Entre todas, hemos hecho una media de 115-118 kilómetros al día. Hablando con propiedad en jerga náutica, por encima de las 60 millas casi siempre. Hubo un día que hicimos 77. Con olas de popa, surfeándolas... Eso era una pasada. Pero la regla que establecimos es que no se podía hablar de velocidad ni comparar a una oceanwoman con otra. Según te fueses sintiendo, tú demandabas más o menos ritmo.
-Eso en el agua. ¿Y en el barco que les servía de apoyo? ¿Qué horarios tenían, por ejemplo en las comidas?
-Desayunábamos entre las cinco y las siete de la mañana. Y la comida, entre las once de la mañana y la una del mediodía. Lo de la una, ya era tarde. Y la cena, entre las cinco y media y las seis de la tarde. Dormir en el barco y las rotaciones es lo que cambiaba un poquito. Por ejemplo, si una semana remabas por la tarde de cinco a seis, la semana siguiente remabas de seis a siete. Así era más equitativo. Todo estaba pensado.
-Durante el día, suena más llevadero. Pero, ¿cómo era remar por la noche?
-Yo no pensaba en ello en ningún momento. Pensaba que era un relevo más.
-Hablaba de que han tenido suerte en la travesía. ¿Y respecto a lo que usted llamaba 'bichos' antes de salir?
-Solo hemos visto tres tiburones, y fue en Lima, al salir. También por allí vimos una ballena. Lo que sí hemos visto en todo el océano Pacífico son peces voladores y medusas. ¡Esas me han acribillado! (risas). Pero lo que costaba era el momento de ponerse a remar. Luego, sobre la tabla, me ponía música y a darle. Casi siempre la llevaba. Vimos un día otro animal, un calamar grande, e intentamos pescarlo, pero no pudimos (más risas). Quizá el momento de más peligro fue con una tormenta. Ahí sí el relevo estresaba un poquito. Y quizá algún cambio de relevo en la noche, por viento, que casi no se veía. Pero en general, hemos tenido mucha suerte.
-La noche también trae la oportunidad de mirar al cielo. ¿Cómo es en medio del océano Pacífico?
-Eso es... (dice con admiración). Hemos remado con la luna llena iluminando todo el mar. Y con el cielo estrellado, apagábamos la luz del barco para verlo. En mi vida he visto tantas estrellas. Y unas cuantas estrellas fugaces. Y los amaneceres y atardeceres... Aunque no hemos visto el rayo verde que dicen que salta al ponerse o al salir el sol.
-¿Qué ha aprendido Itziar Abascal en este viaje?
-Pues, así a bote pronto, más sobre mí misma. Más cosas sobre lo que soy capaz de manejar. No sabía que era tan fuerte mentalmente. También he aprendido a trabajar la paciencia y que no puedo controlarlo todo. Y a saber convivir con otras 10 personas en un espacio tan pequeño. Pero sobre todo, he aprendido sobre la capacidad de superación. De que si quieres algo, puedes con ello.
-Y ahora, ¿qué será de su vida?
-Con esto se acaba una etapa de mi vida, la de deportista de alto nivel. Si compito, será para disfrutar. Soy súper afortunada de poder acabar así. Ahora, a disfrutar de mi vida, a viajar... Tengo ganas de disfrutar de mi familia. Y me he dado cuenta de que echo de menos Santander. Ahora empieza un poco vida de gente normal.
-¿Qué es lo que más le apetecía cuando ha llegado a Moorea?
-¡Fruta! (risas). La echábamos de menos. Nos han venido con una bandeja con mangos, piñas... Cuando apareció, todas nos hemos lanzado a ella. Es que ha hecho mucho calor. Y en el barco la comida era arroz, pasta, quinoa, lentejas...
-¿Y al llegar a tierra, nadie ha dicho eso de 'venga, ahora damos la vuelta y volvemos a Perú'?
-Noooo (más risas). No lo ha dicho ninguna. Los sentimientos de todas han sido muy compartidos. Tirábamos unas de otras en los malos momentos. Quizá las más jóvenes hagan algo similar, más corto. Es que esto ha sido muy grande. Y yo, con 33 años, ya soy mayor.
-Después de casi tres meses en la mar, ¿se le ha hecho raro pisar tierra firme?
-¡No!. Estoy en la gloria (risas).
-¿Cuándo regresa a España?
-Todo lo relacionado con el reto termina mañana, pero yo me quedo con mi madre aquí en Tahití, de vacaciones, hasta el día 4 de abril. Llegaré a Bilbao el día 6 y ya el 10 empiezo a trabajar -soy profesora de Educación Física en Tenerife-. Tengo ganas de empezar con mi rutina. Y de ver a mis alumnos y compartir esto con ellos.
-¿Y cuál es la conclusión que ha sacado de todo esto?
-El mensaje es el de luchar por tus sueños. En el caso de la asociación a la que queremos dar visibilidad, Hope Team East, el sueño de salir adelante de las personas que están enfermas. Y que trabajando día a día es cuando hay posibilidades de conseguirlo. Si crees en algo, puede llegar.