Pequeños deportistas de nieve y noche
La TrotaMochuelos reunió a más de medio centenar de jóvenes senderistas en torno a una experiencia diferente de acercamiento a la naturaleza
Pisar la nieve, saltar en charcos, sentir el frío, descubrir los misterios del bosque cuando cae el sol… Unos 70 niños y niñas no olvidarán el pasado fin de semana. Por unas horas se convirtieron en exploradores, armados tan solo con su frontal y ropa de abrigo, se adentraron en la naturaleza de una forma diferente. Esa es una de las metas de la Trotamochuelos, una marcha veterana en el calendario, que une a competidores con experiencia con futuros deportistas.
Los organizadores, Pablo Criado y Jesús Prellezo, pasaron los días previos colgados del teléfono, por las dudas que el tiempo suscitó en los participantes y la posible suspensión por la nieve caída en las últimas horas. Pero nada más lejos; la copiosa nevada dejó una estampa única para hacer el recorrido, que tuvo sus tramos 'complicados'.
A las seis de la tarde, tras la foto en el arco de salida, los mayores arrancaron rumbo a su ruta, dividida este año en recorridos de 5. 7, 9 y 11 kilómetros. A la vez, los pequeños y sus familias –todos tienen que ir acompañados de un adulto– subieron hasta el parador de Fuente Dé y tras entonar el cuerpo con un buen chocolate caliente, frisuelos y bizcochos, partieron ordenados, con ganas y en una fila que se iría deshaciendo poco a poco. Las orillas nevadas fueron una tentación donde cada pocos metros se veía a los caminantes retozar y lanzarse bolas en una celebración permanente.
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A través del bosque, recorriendo parte del Camino Vadiniense, con la lluvia cayendo durante todo el trayecto, el ambiente era de aventura y diversión. Acompañados por los técnicos del Centro de Estudios Deportivo Cántabro (Cedec) vigilantes de la seguridad del grupo, llegaron hasta el segundo punto de avituallamiento, y se dirigieron hacia los invernales de Pido para, finalmente, descender, ya por pista y carretera, hasta Espinama, completando la marcha circular.
El mensaje, desde los inicios de esta propuesta hace más de una década, es claro: lo importante no era cruzar de nuevo el arco de meta, sino llevarse en la mochila un aprendizaje y un contacto iniciático con la naturaleza, en un ambiente distendido.
Al llegar a Espinama, la organización tenía listas carpas y un salón atemperado, donde los pequeños mochuelos recibieron un regalo de bienvenida y pudieron cenar tras el esfuerzo de esos 5 kilómetros nocturnos, que serán, sin duda, los primeros pasos de muchos futuros paseos.