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Sabina, superviviente, sí, ¡maldita sea!El cantautor se despide de Santander con dos conciertos, anoche y mañana, en los que hace un extenso repaso de su discografía
«Ha sido un placer empezar la Semana Grande aquí, con ustedes y escucharles afinar tan bien. Muchas gracias», dijo ayer Joaquín Sabina a las ... miles de personas que quisieron sumarse a su despedida oficial de los escenarios. De todos los perfiles, edades y estilos. Porque si algo ha hecho el de Úbeda, ha sido unificar las ganas de seguir escuchándole, generación tras generación.
La primera visita de Joaquín Sabina a Santander fue allá por 1987. Un concierto «caliente», dijo, que convirtió a la capital cántabra en parada fija para sus giras posteriores. Reconocía tres años después, cuando llegaba con 'Mentiras piadosas', que a su edad -41 entonces- no era fácil cambiar de estilo. Y no lo ha hecho. Por eso los que le escuchaban en aquellos iniciáticos 90, reconocen con dos acordes cada canción del jienense más canalla y uno de los cantautores con más éxitos de una España que, también con él, está dividida. No hubo división sin embargo, anoche en la campa de la Magdalena, donde Sabina ofreció el primero de sus dos conciertos de despedida en la ciudad.
Salió al escenario puntual, de negro y grana, y claro, con su bombín, ese que replicaron docenas de asistentes que colgaron el cartel de completo del recinto, apenas unas horas después de que se anunciara la fecha.
Ante una marea de chubasqueros azules, abrió fuego, lluvia mediante, con esa obra de orfebrería emocional que Fernando León de Aranoa dirigió en 'Un último vals'. Un videoclip intimista no pensado para grandes recintos, pero que consigue crear la atmósfera necesaria para el arranque con 'Lágrimas de mármol', un tema de 2017, incluido en 'Lo niego todo' y que reza esa máxima aplicable a sí mismo: «Superviviente, sí, ¡maldita sea!». Porque de Sabina todos nos hemos despedido alguna vez en los últimos años, temiendo que fuera la última. Cuando la vida se fuma, se bebe y se gasta a la luz de la luna, el escenario va creciendo en altura. No para él, que ha ganado el quiero a la batalla del puedo.
El de Santander, dijo, era un concierto especial, porque marca el número 49 y 50 de la gira en la que harán un alto de un mes tras la cita de este domingo y que terminará en noviembre en Madrid. Desde las gradas levantadas para la ocasión, la vista no podía ser más imponente, con dos lenguas de mar Cantábrico bañando la península y las luces de una ciudad en fiesta, alumbrando esta otra celebración, sin chupinazos, pero con luces de neón.
Enganchó a continuación el salto hasta el 90, con 'Mentiras piadosas', en uno de tantos juegos de equilibrio entre amor y rutina a los que le ha dedicado sus letras. Tras 'Ahora', viajó a uno de sus clásicos, una de esas «canciones semiolvidadas», concretamente, la segunda que escribió en su vida; 'Calle Melancolía'. Se la dedicó a Jorge Drexler y Leonor Watling, «a quien quiero y admiro», que le escuchaban entre el público, y también al músico y cantante Kike Suárez 'Babas' y la actriz cántabra Marta Hazas.
Sentado en un taburete, cogió la guitarra y con tan solo dos acordes saltaron los fusibles del entusiasmo, «¡Hostia!», se oía en las gradas. Llegaba '19 Días y 500 Noches', título de una canción icónica y de su disco favorito, el que le convirtió definitivamente en referente, del que más canciones rescató -cinco- y cómo no hacerlo, si los 13 cortes que lo integran son un juego de maestría poética y verbal donde es difícil elegir. Es esta canción, de hecho, la que da nombre a la gira, con ese 'Hola y adiós', que no sonó a signo de interrogación, sino a punto final.
Sí, la voz ya no llega y hay que invitar a cantar al público cuando las notas suben demasiado, pero Sabina ahí sigue, aún no cerrado por derribo
Después de que casi 8.000 gargantas preguntasen al unísono quién ha robado el mes de abril, dejó a la banda y salió del escenario, para regresar minutos después, vestido de azul, con bombín negro y cantar 'Donde habita el olvido' y 'Peces de ciudad', donde los teléfonos salieron de sus escondites. El salto generacional se notó, entre otras cosas, en que el público estuvo más pendiente de disfrutar el concierto que de publicarlo en redes sociales. Cosas de la edad, o de saber que hay momentos que no vuelven y es mejor disfrutarlos al cien por cien. En La Magdalena, Sabina cantó a la Magdalena, de la que «hasta el hijo de un Dios, se fue con ella». Y con nombre propio de mujer le llegó el turno a Chavela, a la que el jienense admiraba desde bien pequeño, sin poder imaginar que se cruzarían sus caminos, de día y de noche, y podría escribirle y cantarle, 'Por el bulevar de los sueños rotos'.
«Las canciones no vienen cuando uno quiere, porque las musas son difíciles de conquistar y aparecen cuando quieren». De una copla que escuchaba de niño quedó la semilla prendida que crecería ya de adulto y florecería convertida en 'Y sin embargo', que a sus once abriles, mantiene intacta la vigencia.
En un pueblo con mar, como este, la marea azul se mecía con la cadencia de ranchera de 'Y nos dieron las diez'. 127 millones de reproducciones acumula, solo en Spotify. La más escuchada de todas sus canciones. A estas alturas, el público había abandonado ya la formalidad de la silla y se balanceaba al ritmo de los acordes.
La recta final
Tras una segunda pausa, la banda regresó al escenario para encarar la recta final con 'La canción más bonita del mundo', en la voz de la mano derecha perenne de Sabina, Antonio García de Diego, y el tridente de 'Tan joven y tan viejo', 'Contigo' y 'Princesa'.
Puede que llegado este momento, muchos de los asistentes fueran conscientes de que el agua había calado hasta el tuétano con su goteo incesante, que tocaba desandar el camino, Península hacia fuera y quedarse con las sensaciones de una noche compartida para el recuerdo.
Del rock a la rumba catalana, del vals peruano a la milonga, del pop al bolero…Sabina abrió caminos y se permitió experimentar, rodeado de primeros espadas de la composición. Como escribe Julio Valdeón en 'Sol y sombra', las canciones de Sabina «ofrecen como muy pocas antes o después, la crónica sentimental, intelectual y poética de España». Y coincide, con otras voces que han estudiado su carrera, en que es un género en sí mismo.
Sí, la voz ya no llega y en los descensos, raspa como las rocas sobre el ajado suelo desértico. Sí, tiene que apoyarse en la pantalla para ir leyendo la letra de sus propias canciones añejas, y manejar las herramientas para cambiar de plano si es necesario o invitar al público a cantar cuando las notas suben demasiado. Trucos acumulados en su chistera.
La primera vez que quien firma vio a Sabina, fue en la Plaza de Toros de Santander, compartiendo cartel con Los Rodríguez. Era 1996. No había cumplido los 15 y aquel concierto significó trasladar al directo las cintas y los discos escuchados vuelta y vuelta en radiocasete del coche o el salón familiar. Joaquín Sabina era alguien cercano, que alambicada las palabras a su antojo y las destilaba con sonidos de los que uno ya no salía. Han pasado muchos años, muchos conciertos, unos cuantos discos y la vida, en resumen. Y ahí sigue, maltrecho y ajado, pero aún no cerrado por derribo. Se irá Sabina. Quedarán siempre sus canciones.
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