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El caos y la desesperación se apoderaron de la estación de Atocha la noche de ayer, que fue habilitada para que los viajeros que no pudieron regresar a sus hogares pernoctasen durante la noche, pero que dejó a otros muchos fuera por exceso de aforo.
«No tenemos donde apoyarnos siquiera. Esto es inhumano. No tenemos información, cada vez hace más frío y no entendemos nada», lamentaba Rocío Galindo, una andaluza de 40 años que debía haber llegado este martes a Sevilla, y que viajaba con sus padres mayores.
Un cartón, la maleta, los abrigos… cualquier cosa sirvió a los allí presentes -adultos, mayores y niños- para tratar de acomodar un lugar donde descansar tras horas de incertidumbre a raíz del apagón eléctrico. La UME apareció cerca de las 00:00h para repartir mantas y comida.
A partir de las 21.00 se podía entrar en algunas estaciones como Atocha y Chamartín (Madrid), pero lo cierto es que apenas dos horas después muchos de los que llegaban se encontraron con que la Policía Nacional no les permitió el acceso al estar completo el aforo.
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Francisco Marín, profesor universitario de Pamplona que se encontraba pasando unos días en la capital por motivos familiares, no podía creer lo que estaba viendo. «Nos dejan en la calle como perros. He visto escenas que no son propias de un país como España a lo largo del día y que ahora no nos dejen entrar en la estación es el colmo», aseguraba mientras trataba de explicar su situación a un policía nacional e incidía en cómo la temperatura cada vez era más baja en el exterior de la estación.
Ayer se podían encontrar historias de todo tipo en una estación convertida en albergue improvisado para cerca de 3.000 personas. Antonio, un joven cordobés cuya intención era en un principio la de ir a Méndez Álvaro, intercambiaba opiniones con una pareja francesa que había venido a Madrid de vacaciones desde Marsella sobre las posibles causas del apagón. «Han dicho en Europa que descartan un ciberataque, pero muy pronto me parece a mí para descartar nada», decía.
Mucha gente logró comprar en el supermercado durante las primeras horas de caos e irrumpían en la estación con bolsas de comida. «No sabíamos qué íbamos a encontrarnos y visto lo visto, hemos hecho bien en ir al supermercado en cuanto ocurrió todo», insistían Mónica y su marido Juan, que estaban pasando unos días en Madrid con su hija de diez años y se han quedado sin poder regresar a Valladolid.
Aunque los problemas de movilidad no solo lo sufrieron los viajeros accidentales, también había quien debía regresar a su casa situada lejos de su lugar de trabajo y finalmente tuvo que pasar la noche allí al enterarse que se abriría para pernoctar. O quien necesitaba ir al aeropuerto por tener un vuelo programado en la jornada de hoy. Pero lo que resultaba común en todos era el cansancio, el hartazgo y la incredulidad por lo sucedido.
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