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Los bares y restaurante, las tascas y los chiringuitos son parte de la vida de cada uno de nosotros. Tras ellos hay personas, hombres y mujeres que forman parte de nuestra epidermis cotidiana, día sí, día también. Nadie en esta vida es imprescindible, pero nos gustaría que algunos estuvieran siempre ahí. Y Peito era de esos. De los que te conocía y te reconocía. Sabía lo que querías y cómo. Y eso en la vida no es poco.
Pedro Ealo Ramos, Peito para casi todo el mundo, nació en el barrio Covadonga de Torrelavega un domingo de noviembre de 1960. Fue un niño, un joven y un hombre de barrio. Hizo barrio y ciudad a lo largo de toda su vida. Ya a la temprana edad de catorce años empezó en este sacrificado y duro mundo de la hostelería como camarero en el bar-restaurante Asturias de Barreda, junto a la fábrica de Solvay. Desde entonces, no pocos serían los bares en los que trabajó por cuenta ajena, como en la Taberna de Sergio, hasta que, junto con su socio y amigo Félix Martino, abrió lo que sería un clásico de la 'zona de vinos' de Torrelavega, el Peymar.
Sería este local un verdadero referente para la ciudad en los años de apogeo de la capital del Besaya. Posteriormente, los dos socios y amigos inaugurarían un nuevo local, esta vez en su barrio, el Bar Maxi. Ya en solitario regentaría durante muchos años en Covadonga el Bar Navona, un nombre este que contaba mucho de él, especialmente de sus deseos. En un viaje tanto le gustó el antiguo circo de Domiciano, convertido en la bellísima plaza romana, que le pondría este nombre a su local. Ese lugar, esa plaza, esa ciudad evocaban muchos de sus deseos futuros: viajar y disfrutar de su familia. Tras jubilarse, hacía muy poco, quería resarcirse de todo lo que había sacrificado a lo largo de una vida. Pero el destino es caprichoso y cruel, y a menudo injusto.
En 1972 sería uno de esos pioneros creadores del grupo de Danzas Nuestra Señora de Covadonga, con el que disfrutó enormemente. El fútbol no le era indiferente, más bien todo lo contrario y colaboró y participó en equipos locales.
Hombre comprometido con cada una de las causas de su barrio y ciudad. Su bar siempre fue soporte para iniciativas sociales, vecinales y parroquiales. Colaborador habitual de la Asociación de Vecinos Besaya, de las fiestas del barrio y de las más diversas actividades solidarias y deportivas, lo que no es poco. La vida son momentos habituales y también momentos extraordinarios, y en todos estaba Peito. En el café de la mañana, en las rabas del mediodía, en la tertulia con la cuadrilla por la noche… y también en la comunión de los hijos, en la boda del amigo y en la despedida del abuelo.
Fue un hombre de barrio, que hizo barrio y ciudad. Siempre lo recordaremos con su sempiterna camisa blanca y su pantalón negro, uniforme de quien es profesional y lo demuestra. Jovial, alegre, bromista, y, especialmente, buena persona, un tópico que lejos de no decir nada lo dice todo. ¡Buen viaje!
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