No son molinos, son gigantes: la voz que recorre Cantabria
Tal vez la cuestión no sea elegir entre renovables sí o renovables no, sino renovables bien o renovables mal
Carla Berrocal Cuesta
Graduada en Ciencia Política. Colegio Profesional de Ciencia Política y Sociología de Cantabria
Martes, 2 de diciembre 2025, 07:12
En Cantabria vuelve a sentirse un murmullo creciente que recorre valles, montes y pueblos. Un murmullo que nace del viento, sí, pero también de la ... gente que observa cómo la transición energética va tomando forma en su paisaje. Se habla de nuevos parques eólicos, de energía limpia, de compromisos climáticos, de un futuro que parece exigir cambios inaplazables. Y, sin embargo, al mismo tiempo se escucha otra voz, más cercana y más humana: la del colectivo vecinal 'No son molinos, son gigantes', que lleva meses recogiendo firmas por toda la región para frenar lo que consideran una amenaza a su forma de vida.
Este colectivo, formado por vecinas y vecinos de distintos municipios, no responde a intereses empresariales ni a estructuras políticas. Nació de manera espontánea cuando comenzaron a presentarse proyectos eólicos de gran tamaño en zonas rurales, algunos con aerogeneradores tan altos como torres y visibles desde kilómetros. Desde entonces han organizado reuniones informativas, marchas, cadenas humanas y campañas de firmas que ya circulan por mercados, plazas y redes comunitarias. Su mensaje es sencillo y directo: no se oponen a la energía renovable, pero sí a que se imponga sin diálogo, sin transparencia y sin medir el impacto real en el territorio.
Y es que Cantabria se encuentra en un punto delicado. Por un lado, necesitamos avanzar hacia un modelo más sostenible. La energía eólica es limpia en su producción, reduce emisiones globales y nos acerca a una menor dependencia de los combustibles fósiles. Sabemos que el coste de no actuar frente al cambio climático es incalculable y que los territorios que apuesten por las renovables estarán mejor posicionados en el futuro. Pero por otro lado, aquí el debate no es sólo energético. Es identitario, paisajístico, emocional y profundamente social. ¿Cómo se encaja un aerogenerador de más de cien metros en un valle que ha cambiado muy poco en cien años? ¿Qué pasa cuando la línea del horizonte se transforma sin que quienes viven allí sientan que han tenido voz en esa decisión?
Quizá la clave esté en mirar estos gigantes no como enemigos, sino como oportunidades que hay que gestionar con cuidado
El colectivo vecinal insiste en algo fundamental: no puede llamarse 'molinos' lo que en realidad son gigantes industriales. No es una metáfora gratuita. Detrás de cada torre llegan pistas nuevas, líneas eléctricas, obras prolongadas, tráfico pesado y un cambio permanente en la estética del paisaje. Para muchas personas, el impacto va mucho más allá de una cuestión visual. Hablan de aves en riesgo, de ganaderías afectadas, de turismo rural que podría alterarse, de comunidades pequeñas que sienten que su entorno se convierte en una moneda de cambio para intereses ajenos.
Pero también es cierto que la transición energética no puede detenerse. Necesitamos energía limpia, y la eólica es una pieza clave en ese puzzle. Entonces, ¿cómo se resuelve esta tensión? ¿Cómo encontramos un equilibrio entre la urgencia climática y el respeto a los territorios? Tal vez la cuestión no sea elegir entre renovables sí o renovables no, sino renovables bien o renovables mal. ¿Se planifican estos proyectos con participación real? ¿Se escucha de verdad a los habitantes de las zonas afectadas? ¿Se reparten los beneficios de forma justa o quedan concentrados en unos pocos?
Lo que el movimiento 'No son molinos, son gigantes' está diciendo, con sus firmas y su presencia constante, no es un rechazo al futuro, sino una petición de diálogo. Una exigencia de que la transición sea justa y no atropellada. Que Cantabria avance, sí, pero sin pasar por encima de quienes viven en los lugares donde se quiere avanzar. Que el viento, fuente de energía limpia, no se convierta en motivo de fractura social.
Quizá la clave esté precisamente en eso: en mirar estos gigantes no como enemigos, sino como oportunidades que hay que gestionar con cuidado, con sensatez y con respeto. Y sólo así, con la gente en el centro, Cantabria podrá encontrar una forma de conciliar su identidad con el futuro que todos queremos construir.
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