Cuando un donut vale más que un atardecer perfecto
Elevó el disparo supuestamente inútil, el plato de comida vulgar, los turistas abrasados por el sol, las playas sucias o los colores que rozan lo hortera, al rango de espejo social
La muerte de Martin Parr nos recuerda algo incómodo. Convirtió en fotografía justo aquello que muchos, convencidos de tener criterio solo por saber buscar la ... luz idónea o el atardecer perfecto, descartarían antes incluso de levantar la cámara. Y no solo ellos. También quienes creen que fotografiar consiste únicamente en retratar grandes tragedias sociales, conceptos profundos sobre el ser humano o viajes a países exóticos y culturas remotas, como si ese despliegue garantizara automáticamente una mejor fotografía. Para todos ellos, un buen disparo exige una escena limpia, bella, solemne y a poder ser cargada de trascendencia. Lo demás se vive como un disparo mal gastado.
Parr desmontó esa idea con una sencillez brutal. Mostró que, en fotografía, un donut podía valer más que un atardecer perfecto. Que un objeto banal, un gesto torpe o un instante incómodo podían revelar más sobre nuestra sociedad que cualquier paisaje sublime. Elevó el disparo supuestamente inútil, el plato de comida vulgar, los turistas abrasados por el sol, las playas sucias o los colores que rozan lo hortera, al rango de espejo social. Y añadió además algo que pocos se permiten, incorporó la toma imperfecta, gente comiendo sin pose, personas tropezando, escenas casi cómicas que otro borraría por falta de elegancia visual. ¿A quién se le ocurriría, según esa lógica tan extendida, gastar un disparo en alguien que está comiendo? A él, precisamente porque entendió que ahí también había verdad.
Todavía hay quien piensa que existen temas dignos de ser fotografiados y otros que no, como si la fotografía funcionara con una especie de listado no escrito que separase lo importante de lo insignificante. Sin embargo, Parr fue uno de los grandes responsables de deshacer esa frontera. Democratizó los escenarios cotidianos, los personajes y hasta el atrezzo más humilde podía entrar en cuadro. Un gato de la fortuna, una etiqueta de precio o un grupo de turistas con chubasqueros de un euro dejaron de ser meros residuos visuales para convertirse en imágenes culturalmente representativas. Parr recordó que la fotografía no depende del glamour del motivo, sino de la lucidez de quien mira.
Y a todos esos fotógrafos que siguen creyendo que la virtud está solo en lo estético, lo solemne o lo dramático, Parr les dejó una lectura difícil de ignorar. En fotografía, la capacidad de ver y el saber estar delante de la escena importan tanto, y a veces más, que cualquier belleza evidente o cualquier heroicidad. Quienes aún dudan o dicen que no entienden sus imágenes quizá tengan que aceptar que todavía no han comprendido de qué va, en realidad, esto de la fotografía.
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