Jóvenes
Lo que ocurre es que, en general, nos escuchamos poco. Demasiado poco
Esta semana me invitaron a impartir un taller en el instituto Garcilaso de la Vega, en Tanos. El asunto consistía en ayudar a dos docenas ... de estudiantes de quince y dieciséis años a escribir un texto de opinión. ¿Una misión imposible?
Por supuesto que la primera reacción podría ser un sudor frío, acompañado por esa tentación inevitable de deslizarse por la pendiente de la superioridad moral generacional. Esa manía del respeto a las canas y la idea peregrina de que cualquier tiempo pasado fue mejor, incluyendo el paisaje humano. Y es que estamos más que hartos de escuchar la vieja cantinela: que si llegan a la universidad sin conocimientos, que si están enganchados a la tecnología y con la cabeza a pájaros, que si menudo futuro nos espera con esta juventud…
Sin embargo, no hacen falta ni cinco minutos para que la realidad te dé en el hocico y te abra los ojos: ¿cómo que no tienen ni idea de nada? Basta con dejarles hablar: no solo están al tanto –y mucho– de lo que se cuece en nuestra sociedad, sino que tienen mucho que decir. Con su estilo particular, por supuesto, que por algo viven otros tiempos.
Lo que ocurre es que, en general, nos escuchamos poco. Demasiado poco. Sobre todo, entre diferentes grupos de edad. Nos encerramos en nuestro pequeño círculo para mirarnos el ombligo con autocomplacencia, y así nos estamos perdiendo lo mejor del mundo: la riqueza de conocer otras opiniones y compartir otras sensibilidades. Deberíamos prestar más atención a los jóvenes. Hable con sus hijos, con sus sobrinos o con los vecinos. Pero hágalo de verdad, sin prejuicios, en igualdad de condiciones. Se va a llevar una sorpresa muy grata, seguro.
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