Libros prestados
Más vale tarde que nunca, debió de pensar ese lector anónimo que hace unos días decidió devolver a la biblioteca un libro que había tomado ... prestado en su infancia y cincuenta y siete años después, vaya usted a saber por qué, todavía no había devuelto.
Y es una gran noticia, no sólo porque el Instituto San Isidro de Madrid haya recuperado el ejemplar, sino porque de paso le ha quitado el récord a la biblioteca de Blackpool, en Inglaterra, donde en noviembre del año pasado otra lectora se presentó para devolver un libro con «un poquito de retraso»: cuarenta y cinco años. O sea, que también en esto los españoles ganamos por goleada.
Siendo benévolos, pensaremos que ambos eran lectores lentos, minuciosos, que paladearon durante décadas sus ejemplares de 'La Ilíada' –el madrileño– y 'El mundo de Tolkien' –la británica–, y tal vez por eso ni siquiera ha habido sanciones. De hecho, los ingleses aprovecharon para anunciar a otros prestatarios de baja velocidad que, si tenían préstamos vencidos, los podrían devolver sin costo –allí te clavan una pasta, al parecer: cuarenta y cinco años te salen por ciento cincuenta libras–. En España, en cambio, enseguida lo colgaron en las redes sociales, por supuesto. No es de extrañar, en un país donde hemos acuñado refranes como «libro prestado, libro perdido o estropeado» o «quien presta un libro, o pierde el libro o pierde un amigo», lo que vale también para un disco, una película, una prenda… Por desgracia, casi todos lo hemos comprobado en carne propia.
¿Tendrá que ver con esa tendencia tan nuestra a patrimonializar cualquier cosa a nuestro alcance? Esta semana lo hemos visto entre los universitarios: es acceder a un cargo y confundirlo con tu cortijo. Como si no supieran que el poder también tiene fecha de devolución.
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