El club del calor
La ciencia ha demostrado que las funciones cognitivas se ven afectadas negativamente por el calor
Defender que las vacaciones prototipo deban entenderse como aquel paradigma feliz donde, necesariamente, converjan el verano y el sol, es tan cultural y discutible como ... la correlación entre una piel bronceada y los estándares ideales de belleza, una creencia contemporánea, esta última, que nos lleva, al igual que muchos otros dogmas de parecida veneración social, a invertir buenas cantidades de tiempo a lo tonto. Es más, ahora que está tan de moda juzgar como facha casi cualquier cosa, bien podría considerarse facha el gusto por el sol y la arena, si tenemos en cuenta en qué periodo de la historia de España se lanzaron en masa los españoles, provistos de sus toallas y de su conformismo, a ocupar las playas, un conformismo que, en muchos aspectos, no es que haya evolucionado demasiado desde entonces.
Sea en la calle o en una cafetería, siempre es tentador asomar la oreja a todas esas conversaciones entre desconocidos que enfrentan a miembros del club del frío con miembros del club del calor, y razones no le faltan a uno para disfrutar de esa pequeña osadía. Cuando esto pasa, llegan con frecuencia a escucharse auténticas sandeces, sobremanera, cuando toman la palabra argumentativa los defensores de las altas temperaturas y del «veranito»; aquí, habría que pararse a pensar en si va antes el huevo o la gallina, es decir, en si las personas llegamos por nuestra propia cuenta a ciertas conclusiones culturales o si nos las imponen las tendencias y los estereotipos con los que la publicidad, el cine o las letras de las canciones nos machacan. En este sentido, el caso de los anuncios veraniegos de cerveza se lleva la palma: consiguen, en tres minutos, que uno se avergüence de haber tenido veinticinco años alguna vez, un efecto inverso de insuperable mérito.
La ciencia ya ha demostrado que las funciones cognitivas se ven afectadas negativamente por el calor, pero ni con esas nos enteramos. Los que le hemos dedicado muchas horas a hincar los codos sabemos que, en la quietud del frescor, de la poca luz, del silencio y, en definitiva, de la escasez de estímulos, se halla el hábitat perfecto para concentrarse adecuadamente, algo que contrasta con la imagen de una persona leyendo un libro en la playa, un ejercicio de supervivencia para cualquier lector ortodoxo, ahora convertido en hábito moderno; una foto fija que, regresando a lo de los clichés, hasta parece hacer publicidad de la mismísima publicidad.
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