Santiago y Ron
El pintor pasiego Santiago Gómez Carral, fallecido en plena juventud, tuvo en su perro Ron al mejor aliado, compañero y modelo de retrato de la lealtad
José javier gómez arroyo
Vega de Pas
Sábado, 19 de diciembre 2020, 15:39
Era un artista joven, ocurrente, tremendamente bromista y con una gran vitalidad que reflejaba en sus obras profusas de color y trazos libres. Nacido en Vega de Pas en 1941, Santiago Gómez Carral estudió en la Escuela de Bellas Artes de Valencia y finalizó sus estudios de profesorado en la Real Academia de San Fernando en Madrid. Fue precisamente en la ciudad del Turia donde realizó su primera exposición colectiva, que le valió el primer premio de la academia por dos aguadas de un perro y que pocos años después haría contemplar también en la gran exposición que realizó en la sala de la Delegación de Información y Turismo de Santander en 1970: «...es un perro observado allí en la plaza típica de La Vega...», como afirmaba MannSierra en el reportaje periodístico que le brindó por aquella exhibición. Aquél amor por el que sin duda es «el mejor amigo del hombre», al igual que los paisajes de las tres villas pasiegas, lo reflejaba de manera ecuánime en su pintura, como también apuntaba el gran crítico de arte Leopoldo Rodríguez Alcalde: « ...la precisión clásica se ha sustituido por la libertad del arte contemporáneo, advertimos notorios progresos en el conjunto presentado por Carral. Entre el realismo minucioso de los dibujos paisajísticos y los dibujos de perros efectuados con agilidad y fluidez, hallamos una distancia que dice mucho a favor de la vocación del artista y de sus cualidades.» (Diario Montañés, noviembre 1970.) Quizá por esa adoración perruna el empresario pasiego Amable Martínez, afincado en Francia, le trajo de allí un cachorro como regalo, mezcla de cocker y setter irlandés y que habría de convertirse en su gran aliado, pues allí donde fuese Santiago siempre a su lado correteaba Ron, que así fue bautizado y supo mostrar a su protector, con humildad canina, toda la nobleza y lealtad que caracteriza una relación hombre-mascota y que, aún no pudiendo Ron hablar, sí sabía acompañarle en sus alegrías y silencios.
Santiago, tras enfrentarse a la crítica artística, salió victorioso convirtiéndose en un nuevo valor dentro de la joven pintura Montañesa: «...Positivo, creemos. Paisajes verdes con su río saltarín, retratos, figuras de animales y personas, abstracción, escultura «pop»... óleo, aguada y otros procedimientos han dado forma y expresión a sus pinturas.» (Mann Sierra, Diario Alerta, noviembre 1970). Criado desde pequeñito en casa de sus tías Antonia, Mercedes y Felisa Carral, nuestro intérprete saboreaba el éxito profesional, sus anhelados jolgorios y sus continuas guasas, especialmente a su tía Felisa, siempre tiernas, eso sí, porque Santiago era sabedor de la tremenda debilidad que esta sentía por él. Nuestro artista se volcó en su afición, de la que tampoco se libró su leal y peludo modelo Ron y a quien retrató en diversos lienzos y dibujos, como esta preciosa estampa que ilumina la historia de hoy. Pero el maldito «bicho», como definen los pasiegos a esa enfermedad universal que nombró el médico griego Hipócrates, secuestró su vidacon apenas 31 años en 1972 y, en aquel fatídico 18 de diciembre, no pudo haber mayor calvario en la casa de sus tías, cuna de su vida y velatorio de su partida. Junto a los lamentos de sus protectoras y el dolor de sus padres y hermanos, de sus amigos y de todo un pueblo que perdía a uno de los suyos, allí estaba también Ron recostado en un rincón y observando taciturno a Felisa, para quien no había consuelo a sus plañidos que ahogaban los de los agregados.
Entonces, ante la atónita mirada de los que allí suspiraban, Ron se acercó a ella y, poniendo las patitas sobre sus hombros, arrimó su velluda frente junto a la de ella aminorando su congoja. María Jesús, hermana del artista, aún se emociona al recordar aquella dulce escena que hace efectiva la frase del músico Ben Williams que decía «no hay mayor psiquiatra en la tierra que un cachorro lamiéndote la cara». Tras la muerte de Santiago, Ron nunca volvió a ser el mismo y pocos años después, afligido por aquel vacío, falleció atropellado por un camión en una de sus habituales escapadas al cementerio, pues su instinto percibió que allí llevaron a su compañero en triste sepelio que él mismo escoltó y allí fue donde perdió su rastro. Nunca sabremos si aquella noble criatura simplemente se dejó marchar, pero nadie duda que a día de hoy y donde quiera que estén, Santiago y Ron, siguen juntos en sus correrías.