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Ana del Castillo
Santander
Sábado, 20 de abril 2019, 07:49
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Cantabria carece de legislación para limitar las salas de juego en los entornos educativos. Por eso, -y porque hoy en día puedes apostar todo al rojo sentado en el sofá de casa- cada vez llegan más jóvenes a las dependencias de Jugadores Anónimos: «Tienen entre 20 y 30 años. Lo malo es que no duran. De diez que vienen se queda a terapia uno», explica Paco, uno de los responsables de las charlas que se imparten -«cada vez más»- en los institutos de Cantabria.
En lo que va de año han ofrecido ocho conferencias a petición de los directores de los centros. «El mes pasado dimos dos charlas en el colegio Puente III de Astillero y esta semana vamos a Colindres», cuentan. Llegan, se presentan y narran su dura experiencia. «Les explico hasta dónde me llevó el juego: a la ruina económica y familiar. Por suerte, me pude recuperar, pero tengo compañeros que se han suicidado, otros están en la cárcel y a algunos les han echado de casa», cuenta Paco.
Según Jugadores Anónimos cada vez les contactan más centros educativos de Cantabria porque los orientadores sociales detectan problemas de adicción al juego entre sus alumnos. «Salen al recreo y en lugar de quedarse en el patio o ir a comer un pincho, se van a la sala de juegos», puntualiza Paco. Las charlas duran dos horas. Primero leen un folleto de presentación, después cuentan su experiencia y por último, el turno de preguntas, «pero los chicos solo escuchan, quienes plantean cuestiones son los profesores».
En junio del año pasado la Organización Mundial de la Salud, siguiendo las tendencias y desarrollos que han tenido lugar en distintas poblaciones y en el campo profesional, reconoció por primera vez la adicción al juego como un trastorno mental, «con consecuencias graves para la salud». Paco fue uno de los primeros en llegar a Jugadores Anónimos con problemas con el juego digital. «Tenía internet, estaba de baja y mi mujer se iba a trabajar. Un día, por aburrimiento, entré en una página de juego y sin ningún requisito, salvo registrar la tarjeta de crédito y el DNI, jugué diez euros. Y otros diez. Así sucesivamente hasta que me arruiné».
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