Crítica 'Los idiotas': Dogma sin dogmas
Entre el absurdo, el nihilismo y la extrañeza, el filme va de lo insólito a lo perturbador
Tiene gesto y vocación de 'epater le bourgeois' (espantar al burgués). Apariencia de provocación bien entendida. Y responde a los mandamientos Dogma del movimiento que ... impulsó Lars von Trier. 'Los idiotas' desprende atmósfera, ingredientes y elementos de cada uno de esos factores, especialmente de este tercer rasgo. De hecho aunque 'Celebración', de Vinterberg, fue la primera película Dogma, 'Los idiotas' es el filme que contiene y muestra de una manera más pura y rigurosa su adscripción a esas normas de estilo y pretensión. Siempre teniendo en cuenta que el cineasta es ajeno a cualquier atadura.
Desde la defensa de la austeridad y contrarios siempre a Hollywood, los daneses encabezados por Trier que elaboraron un manifiesto abogaban, entre otras cosas, por los rodajes en localizaciones reales y no en sets; la defensa del uso de la cámara en mano; el rechazo a la música y la iluminación artificial, los efectos ópticos y filtros y el hecho de que la película no puede tener una acción o desarrollo superficial son solo algunos de los principales mandatos. Pero el vínculo a su propia hoja de ruta tuvo poca consistencia. Trier lograba la corona del Festival de Cannes con 'Bailar en la oscuridad', una de sus cumbres, completamente ajena a su catecismo de «castidad estética y artística». 'Los idiotas', al margen del concepto diluido y devaluado de provocación a ojos de hoy, resulta un filme muy libre, visceral, verdaderamente agitador, valiente y que funciona como espejo crítico de la sociedad.
La desazón y el malestar atraviesan la columna vertebral de este retrato de un grupo de jóvenes que se enfrenta al sistema desde la idiotez. Solapando lo experimental, la propia ficción y la realidad y la supuesta improvisación el contraste entre idiotas que se lo hacen y los supuestos no idiotas sirve al cineasta de 'Melancolía' para zarandear al espectador.
Entre el absurdo, el nihilismo y la extrañeza, el filme discurre entre lo insólito y lo perturbador. Una terapia, entre la secta con intenciones ideológicas y la comunidad dispuesta a dinamitar el orden social. Una fiesta es el epicentro de los limites y no límites que propone Trier, incluyendo una secuencia de sexo con actores de cine porno. Tras la imaginación, muchos interrogantes subyacen en la mirada entre prejuicios y subversiones. Al margen de discutibles puntos de vista o forzadas situaciones afectadas en lo experimental es increíble su capacidad para ser elegante dentro de un territorio cruel y ofensivo, moralista en lo amoral.
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