Todo lo demás era intemperie
Ramón García Mateos convierte un pueblo salmantino real en su propio territorio mítico
Cerralbo, el cerro blanco. Cerralbo, un pueblo del Abadengo, en la comarca de Vitigudino, Salamanca, o eso dicen los mapas. Pero también Cerralbo, la infancia de un escritor, que es casi tanto como decir el mundo entero entre los lindes del río, el convento, el aprisco hasta el que de cuando en cuando baja el lobo y los cables del único teléfono que por entonces había en el pueblo. Y que, traspuesta su geografía a las páginas de una novela, se convierte en un territorio mítico. Uno muy particular, en el que conviven dos realidades en apariencia irreconciliables, porque aunque su rasgo más determinante es la precariedad material, termina sintiéndose como una suerte de paraíso perdido en el que «el tiempo era infinito, desconocedores aún de que cada uno de nosotros somos la medida del tiempo, y los días se dilataban más allá del calendario, transgrediendo las fronteras impuestas por los hombres con el absurdo afán de domeñar la muerte».
Cuando el mundo se llamaba Cerralbo
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Autor Ramón García Mateosa
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Editorial Valnera, 2024
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Precio 20 euros
Y así, con ese aliento poético, Ramón García Mateos (Salamanca, 1960) nos traslada a una época difusa, que suponemos a finales de la posguerra, en ... un entorno rural que no consigue sacudirse ni la pobreza secular ni la agobiante presión de una sociedad anclada en tiempos pretéritos: «en los pueblos casi todo el mundo está unido por lazos familiares, que contribuyen a lacrar los vínculos de la tribu».
Con clara vocación de obra coral, la novela rezuma nostalgia ya desde los primeros compases, y eso que el autor juega al despiste porque arranca con un muerto. Pero claro, ¿qué libro que se precie hoy día no empieza con un cadáver? Sin embargo, pronto veremos que no estamos ante una novela de detectives, sino ante la reconstrucción de un mundo, o más bien, de una recreación formada por el destilado de la memoria del escritor más toda la construcción tradicional y hasta mágica de una tradición oral que no excluye ni la hipérbole ni la leyenda, cuando no directamente el cuento o incluso la mentira.
Un mundo que el escritor nos va presentando a través de sus moradores, personajes entre el asombro y lo entrañable, como Manolín, Blanquito o la bromista Miguela. Un mundo en el que se compra fiado y donde la escuela –¡ay!– es una cárcel para niños. Es decir, ese mundo que está todavía a la vuelta de la esquina, y que García Mateos retrata aquí magistralmente.
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