Talento y entrega
Pese a que volvió a empezar perdiendo, un Racing más compensado entre creación y contención consiguió imponerse y alejar todos los fantasmas derrotando con autoridad a un rival directo
De camino a los Campos, mientras empezaba a chispear, me acordé de lo que me decía por la mañana Fernando Alonso –compañero de futbito y ... de la UC, no le confundan con otro que se llama igual–: «¿Cómo no va a llover en un Racing- Dépor?». Y caer no cayó mucho. Tan poquito, que incluso tuvieron que arrancar los aspersores y regar un poquito el césped. Para que corriera el balón, o para que se notara que estamos en el norte. Identidad ante todo, claro. Aunque ahora quede ya poco de aquel fútbol de campos embarrados –cuando no directamente encharcados–, de centrales contundentes y de postes con la base negra. Ahora más bien hay juego de calidad y, por momentos, de fantasía.
Hubo, eso sí, un conato de que se metiera la niebla en la segunda parte, pero la tradición que los verdiblancos ya sabemos que últimamente llevan a rajatabla es salir a los partidos dormido. Doce minutos y ya por debajo en el marcador. Si es que vendremos a disfrutar, sí, pero siempre acabamos sufriendo. Aunque esta vez, por suerte, la cosa fuera algo más llevadera. Más que nada, porque el míster visitante debía de tener bien claro que acabaría lloviendo… En su portería. En concreto, toda una galerna, en especial en la segunda parte.
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Y es que se diría que fue la adversidad lo que hizo despertar al Racing de ese comienzo apático; como en la nueva canción de Los Aviones, 'Bill Murray', parecía «vivir en un eterno bucle temporal». Menos mal que lo espabiló la Gradona. Ya habían empezado recordando duelos pasados con ese '¿Infierno de qué?' con el que últimamente reciben a los deportivistas, pero es que ni con el marcador en contra ni con Yeremay buscando reivindicarse se puso la afición nerviosa. Y eso que ayer faltaba Marco Sangalli, que últimamente es quien más carácter imprime al equipo, y el que personifica ese espíritu bravo y combativo que siempre ha sido la esencia de este club.
La duda, pues, era si una alineación de jugones podría imponerse a un Dépor que venía embalado, después de rebasarnos en la clasificación. Sin embargo, ni mediapuntismo ni medias tintas: todos se quitaron la vitola de estrellas y se pusieron el mono de trabajo. A Dios rogando y con el mazo dando. De verdad que es un placer ver a estilistas como Íñigo Vicente entregados sin reservas, dándolo todo también en defensa. Bueno, todo menos asistencias… Que le pregunten a Pablo Ramón cuando se quedó con el molde dentro del área, después de una carrera de sesenta metros. En cualquier caso, la ovación de despedida que le tributó El Sardinero fue de época, con toda la grada haciéndole reverencias. Y JAL palmeándole los mofletes, que debe de ser una tentación irresistible.
En cualquier caso, fuera el espíritu de Sangalli, la rabia tras la derrota en el Molinón –la del gol birlado a Mario– o porque un clásico como éste, de Primera División, motiva a cualquiera, y más si juegan segundo contra tercero, lo cierto es que el Racing volvió a dar la de cal, y además cuando más falta hacía. No es que hiciera falta disipar dudas, pero sí que sirve para marcar territorio y dejar claro que este año los Campos serán un fortín. Sobre todo, si Jokin Ezkieta sigue aspirando a convertirse en una versión moderna de Arconada.
En fin, que falta no haría, pero la victoria y sobre todo la capacidad de rehacerse del equipo nos viene genial, especialmente a la afición, que después de los vaivenes de las dos últimas temporadas andamos muy escamados. Y es que nos habíamos acostumbrado demasiado a lo bueno, a ganar siempre de calle. ¡Y no siempre se puede! Eso sí, las victorias trabajadas saben mucho mejor.
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