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El apagón sacó a Cantabria de una patada del siglo XXI durante cinco interminables horas. A las 12.33 del mediodía, cuando los semáforos dejaron de funcionar, los móviles se colgaron y los ascensores se detuvieron bruscamente, toda la región quedó sumida en la confusión. Lo que, en un primer momento, parecía una simple caída del suministro eléctrico local, enseguida se destapó como un «incidente excepcional» cuando empezaron a llegar noticias de Reinosa, Santander, Torrelavega, Castro Urdiales... Toda Cantabria estaba a oscuras, igual que el resto del país y Portugal por culpa de un apagón masivo de causa desconocida y con pocas esperanzas de un arreglo temprano. La incertidumbre se adueñó de los pasajeros de las estaciones de autobús y tren de Santander; de los comercios, supermercados y restaurantes, que optaron por cerrar en muchos casos; de las familias que se acercaron a los colegios, justo el primer día de la vuelta a clase tras las vacaciones de Semana Santa, para recoger a sus hijos; del propio Gobierno de Cantabria, reunido de emergencia en la sede del 112 para activar el nivel 2 del Plan de Emergencias; de las farmacias, donde no podían dispensar medicamentos al no funcionar las tarjetas de crédito; y de la Universidad, que decidió evacuar todos sus edificios y suspender las clases... Y casi de forma instantánea, los primeros pensamientos de preocupación fueron para Valdecilla.
Con los depósitos de los generadores de emergencia casi llenos, y con el recuerdo del simulacro hecho en noviembre de 2024 con un caso similar, desde el hospital transmitieron tranquilidad desde el primer minuto. Las cirugías que estaban en marcha en el momento del apagón eran tres y se concluyeron gracias a esa energía autónoma, todas las demás operaciones de la mañana ya habían finalizado. Los servicios extraordinarios y las cirugías programadas por la tarde se suspendieron. Entre los pacientes, como es lógico, había «nerviosismo e incertidumbre», especialmente los que precisaban bombonas de oxígeno.
Pero había otros motivos de preocupación. Los ambulatorios más grandes funcionan con grupos electrógenos, también la plataforma del Servicio Cántabro de Salud, pero muchos consultorios pequeños tuvieron que cerrar. Ante esta situación de emergencia, el primer responsable político en comparecer fue el consejero de Salud, César Pascual, al que el apagón cogió, como al resto de diputados y miembros del Gobierno, en el pleno del Parlamento, cuya sesión fue anulada poco después. «La situación, en general, está controlada. Tenemos activado un plan de crisis del transporte sanitario por si hiciera falta ir a recoger a sus casas a los pacientes que necesitan aparatos eléctricos para sus tratamientos», explicó.
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Mientras tanto, en la calle, los semáforos se habían quedado en negro y las gasolineras habían dejado de funcionar. La DGT pidió a los ciudadanos que no utilizaran el vehículo a no ser que fuese urgente, pero siendo un lunes laborable, y con los móviles e internet sin funcionar, ese mensaje parecía difícil de cumplir. Todo quedó en manos del civismo de peatones y conductores, obligados a entenderse para cruzar la carretera con seguridad o no chocar en un cruce. Para ayudar en esa misión, los agentes de la Policía Local se desplegaron por Santander para solventar las incidencias más complicadas, como en la calle Calvo Sotelo. Y debido al aluvión de llamadas al 112, el Gobierno pidió que solo lo hicieran en caso de emergencia para no colapsar las líneas y poder atender las urgencias reales.
En los comercios y restaurantes de la región enseguida golpearon los recuerdos de la pandemia del covid. La mayoría de supermercados optaron por cerrar las puertas, incluso bloqueando las entradas con carros y la presencia de empleados, después de quedarse sin existencia de agua, lo más demandado en los primeros momentos del apagón. Los locales que precisan de cámaras frigoríficas para mantener alimentos y medicamentos explicaron que tenían solo un margen de «unas cuantas horas». En El Corte Inglés, por ejemplo, el apagón fue absoluto antes de encenderse las luces de emergencia, aunque las cámaras de refrigeración quedaron paradas.
Las situaciones más caóticas se vivieron en las estaciones de autobuses y trenes de Santander, con colas larguísimas de pasajeros «en total confusión» que esperaban una solución para continuar sus viajes... «No sé lo que ha pasado, pero tengo bastante miedo», decía una pasajera que se encontraba a la espera de un transporte, que ha preferido no dar su nombre «por los propios nervios». «Se ha caído todo y no podemos ofrecer nada a ningún cliente. Acaba de pasar y no sabemos nada», señalaron desde Adif en los primeros minutos del apagón. Esto provocó un efecto dominó en la estación de autobuses de Santander, donde se produjeron colas interminables de gente que buscaba un billete por carretera como alternativa al tren.
El aeropuerto, sin embargo, era una oasis en medio del caos general. Los pasajeros embarcaron con normalidad al contar el edificio con sus propios generadores. Los accesos al parking, las pantallas con información de vuelos y los comercios funcionaron como si nada raro ocurriera fuera. Lo único anormal fue la mala conexión de los teléfonos móviles, pero nada más. Algunas familias recibían desde sus ciudades de origen mensajes sobre lo ocurrido y no daban crédito: «Mi hijo está en Granada y tampoco hay luz», comentaba una mujer que ponía rumbo a Marrakech, más sorprendida aún al saber que la avería afectaba también a otros países. «Espero que cuando aterricemos ya haya vuelto todo a la normalidad». Pero todavía quedaban varias horas por delante para que eso sucediera.
La primera noticia esperanzadora llegó al filo de las 17.00 horas. Mientras llegaban a cuentagotas los primeros mensajes de vecinos que empezaban a recuperar la luz en Reinosa, Torrelavega y Santander, el consejero de Industria, Eduardo Arasti, adelantó que la energía estaba empezando a llegar a la estación eléctrica de Aguayo y, de ahí, a las subestaciones de Cantabria. Y la primera sería la de Guarnizo. Antes de todo esto, el Gobierno cántabro, como otras comunidades vecinas, ya había pecado de prudencia y activado el nivel 2 del Plan de Emergencias. La presidenta María José Sáenz de Buruaga tomó la decisión desde la sala de crisis de la sede del 112, desde donde dirigió el seguimiento de la situación y la atención de las emergencias. Allí sí se pudo trabajar con cierta normalidad gracias a los generadores autónomos. Con ella, además de Arasti, estuvieron los consejeros de Salud, Educación, el director general de Informática, la delegada del Gobierno y miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
Ya por la tarde, la portavoz del gabinete de crisis, la directora general de Seguridad, Mónica Escobedo, destacó la «normalidad» en las infraestructuras críticas y hospitales, y reiteró que los grupos electrógenos tenían combustible para abastecer de electricidad durante horas. «La prioridad es localizar nuevos generadores para dar servicio a los centros residenciales», señaló.
En total, el teléfono del 112 recibió más de 1.200 llamadas y se actuó en 200 incidencias, la mayoría para liberar a personas atrapadas en ascensores y para ayuda humanitaria y asistencia sanitaria, aunque ninguna de gravedad.
Para entonces, los colegios ya habían suspendido las clases de la tarde. Fue el consejero de Educación, Sergio Silva, el que lo anunció con un escueto mensaje que pedía difundir a los padres y profesores para que llegara a todo el mundo. «Ante las dificultades de comunicación y la falta de información oficial, lo prudente, en estos momentos, es enviar a los alumnos a casa dentro de los horarios habituales de fin de jornada de mañana, y suspender la jornada lectiva de la tarde», explicó.
Pero muchos padres no esperaron tanto. «Estaba tranquila, porque sabía que aquí iba a estar muy bien, pero he venido antes por si acaso», reconocía Ruth, madre de Isabel, alumna de cinco años del colegio de Infantil y Primaria de Nueva Montaña, en Santander. No fue la única. A las puertas de ese colegio se concentró un grupo de padres que también fue a recoger a sus hijos tras conocer la noticia del apagón. Lola, una de sus alumnas, explicó que la luz se fue después del recreo. «La profesora intentó encenderla, pero no pudo», dijo ya de la mano de sus padres, Carmela e Iván, que fueron a recogerla media hora antes de la salida habitual. En el interior del centro, Beni Iglesias, la directora, atendió dudas de los padres y dirigió el tráfico de alumnos, que le tiraban del brazo para preguntarle qué ocurría. «Lo estamos viviendo con la mayor tranquilidad posible. No ha habido pantallas, pero tenemos lápiz y papel, tenemos muchos recursos para seguir con el día a día», aseguró. El centro garantizó, además, el servicio de comedor.
El apagón también trastocó la actividad en la universidad. Por prudencia, la UC decidió evacuar preventivamente todos sus edificios y suspender la actividad docente durante el día. Allí, Ibon Ortega, un vecino de Torrelavega, se encontraba en clase cuando «se apagó todo». «Pensamos que solo afectaba a la biblioteca, pero luego salimos y vimos todos los semáforos apagados», señaló.
Cantabria fue recuperando la luz poco a poco a partir de las 17.00 horas, aunque mucho más tarde que otras comunidades del país. Mientras Asturias, Andalucía, Navarra, País Vasco y Aragón, entre otras, ya tenían energía, muchas zonas de Santander seguían con los ordenadores en negro y las luces apagadas.
Ya con todo en calma, y descartado elevar al nivel 3 la emergencia, compareció la presidenta de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga, quien aseguró que todo estuvo «encauzado y controlado, en ningún momento nos vimos desbordados».
Era el fin de un día celebrado a gritos en las calles, en el que fue más fácil recibir mensajes de París o Dusseldorf que de Solares o Laredo, y que ha servido, sin duda, para dejar en evidencia nuestra dependencia a internet.
Sócrates Sánchez, Álvaro Machín, Daniel Martínez, Ángela Madrazo, Lucio V. del Campo, Kevín Barquín, Ángela Casado y Mada Martínez.
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