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Íñigo Vicente desactiva la encerrona
Clave. El vasco, con su quinto gol de la temporada, le dio un triunfo importantísimo al Racing en La Rosaleda
Opiniones divididas en La Rosaleda cuando en el minuto ochenta Íñigo Vicente abandonaba el terreno de juego: veinticinco mil malaguistas pitaban, mientras un centenar de ... racinguistas le ovacionaba, en pleno alborozo. Por más que el delegado del equipo le recibiera efusivamente y el propio míster también le buscase para chocar las palmas, el extremo zurdo no sonreía, sino que se retiraba cojeando y negando con la cabeza. Como si no hubiera cambiado el signo del partido. Sucedía, claro, que la celebración tendría que esperar: aún restaba un cuarto de hora largo para que el árbitro emitiera los tres pitidos y certificase el golpe de efecto de los racinguistas.
Sería, como dice el tópico, un trabajo de equipo, pero en un partido de brega y supervivencia, con un estadio y un rival conjurados para convertir el choque en una final, Íñigo Vicente comenzó el encuentro apuntando ya que iba a aportar algo más que trabajo, desde el primer balón que tocó: se va hacia el centro, Pombo le busca y le encuentra, abre a banda, pero no al extremo sino al lateral, y Dani cuelga al punto de penalti, donde Roko obliga a emplearse a fondo al portero. El fútbol hecho fácil.
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Allí, al fondo, está la permanencia
Sin embargo, ayer tocaba ponerse el mono de trabajo, lo que en principio podría ser el punto débil del mediocampista. Así, su siguiente intervención reseñable sería en defensa: una presión tras una 'gilifalta' conseguiría que a Rubén Castro se le escapara por la banda un pase sencillo. El 'capo canonieri' del rival, taponado por el diez. ¿Alguien pedía implicación defensiva? Nada nuevo, por cierto: en la defensa de las jugadas de estrategia rivales, él es el encargado de cerrar los rechaces y marcar a la segunda línea.
Con el Málaga presionando muy arriba, costaba sacar el balón desde atrás. Pero, como la montaña de Mahoma, al cuarto de hora Vicente bajó a buscarlo y de nuevo sacó la escuadra y el cartabón: pase con tiralíneas a Mboula, para que el catalán corriera treinta metros y buscase a Pombo en el área. Cinco minutos después, de nuevo, rompería la maraña defensiva rival con un solo pase, esta vez prolongando en banda para la carrera de Baturina, que haría de extremo.
Íñigo, eso sí, pudo haber adelantado la alegría muchos minutos, cuando en el veintidós intuyó dónde iba a poner Aldasoro un gran pase al área. Sin embargo, cuando ya estaba preparando el cuello para cabecear a las mallas, se le adelantó un zaguero.
A medida que el Málaga bajaba revoluciones, el diez ganaba protagonismo. Aunque el juego se inclinaba más hacia la otra banda, cada balón que pasaba por sus dominios se convertía en un ataque vertiginoso. Después de protestar airadamente a los suyos por no buscarle, Pombo le sirvió el siguiente balón, que llevó hasta la frontal, pero su disparo, tras rebotar en un defensa, acabó en las manos del portero. Terminando la primera parte, de nuevo encararía portería, pero su disparo se estrellaría en la pierna de un rival.
El punto de inflexión llegaría nada más reanudarse el encuentro. Y también sería protagonista Vicente, aunque en este caso involuntario: El malaguista Genaro se deslizaba metro y medio con los tacos a la altura de la rodilla. Plantillazo y roja de libro. El diez, que justo controlaba el balón, salió dolorido del lance, pero pudo continuar.
A partir de ese momento, el Málaga demostró que Helenio Herrera no tenía razón, y que como se juega mejor es con uno más. Sobre todo, si es Íñigo Vicente. Y eso que los suyos, durante varios minutos, se empeñaban en atacar por la otra banda. Eso sí, procurando no destaparse demasiado. ¿Por qué no buscaban a Vicente en banda? Sencillamente, porque no estaba. El Racing, de nuevo, ponía en punta a Mboula junto al ariete, y a los jugones, Pombo y el propio Vicente, muchos metros más atrás, en la sala de máquinas. Sin embargo, el plan no parecía estar dando resultados, así que el diez volvió a la banda, y tras una galopada, puso un buen balón a Juergen en la frontal, que no encontró portería.
Hasta que el Racing echó cuentas y se convenció de que había que mover el balón. Combinar. Tras casi un minuto entero mareando la pelota, que iría de banda a banda, Juergen volvió a tenerlo en la frontal. Pero esta vez se lo pensó mejor y optó por un pase en paralelo a Pombo, que se la estaba pidiendo. Pero, con un pase torero, dejó que siguiera su camino hacia el pico del área. Porque allí estaba Vicente. Éste se inventó un pase interior, entre líneas, para Baturina, al que dentro del área parece imposible discutirle un balón, sobre todo si lo protege de espaldas. Como no podía girarse, se lo devolvió a Vicente, que controló la pared con esa tranquilidad de los que saben que la portería es grande, muy grande. Un toque sutil y el esférico entraba junto a la cepa del palo largo. Gol y delirio. Vicente, eufórico, buscó las cámaras, para girarse y señalar su nombre con los pulgares. No era para menos: acababa de dar a su equipo el pasaporte a zona templada de la tabla.
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