El talento espontáneo
Jeremy, a base de fútbol, se convierte en el revulsivo de casa, en un equipo que nunca quiso quedarse sin él, pero tampoco sabía dónde ponerle
Siempre a la carrera. Así es como llega Jeremy Arévalo (Santander, 19 de marzo de 2005) a La Albericia muchas veces. Derrapando en las curvas. Puntual pero sobre la bocina. Cuando no lo hace en taxi, es Maxi, el coordinador de los recogepelotas en los partidos, el que le acerca. Lo coge en Maliaño y, a toda prisa, a entrenar. Es su hombre de confianza, su colega, el que le frena cuando debe y el que le alimenta esa sonrisa perenne. Porque los que le conocen dicen que transmite buen rollo, pese a que siempre anduvo con la maleta hecha y a punto de partir. Como en fuga.
Apenas era alevín cuando asomó la cabeza por La Albericia, esa donde más tarde haría sobremesa de vez en cuando como si fuera su casa. Le costó arrancar porque los médicos le detectaron una anomalía cardiaca que le apartó de los terrenos de juego unos meses. Talento retenido. Para cuando le dieron luz verde, ya se había forjado en el 'potrero' como futbolista de patio. De regate inverosímil y jugón de vocación, cambió de casa varias veces, por temas personales, pero no de equipo; el Racing nunca quiso dejarle libre del todo, pese a que tampoco sabía que hacer con él.
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A golpe de gol y gol se fue ganando la confianza de muchos en un club, donde el 'poli' bueno le decía las virtudes que tenía y el malo le recordaba que para que aquello funcionase había que poner mucho empeño. Después de algún tirón de orejas juvenil, Jeremy fue convocado con la selección española sub-18 y más tarde con la sub-20 de Ecuador. Este, quizás fue el cursillo acelerado de maduración que necesitaba. Ser importante y que se le echase de menos le hizo crecer. Lo necesitaba. Siempre a la quinta pregunta. 'Que si necesita formarse', 'que no puede estar sin jugar'... Su cabeza escuchaba multitud de propuestas sin que ninguna le convenciese.
Hace una semana tenía la maleta preparada otra vez; se iba a Ceuta, con el casero del piso de alquiler esperando con las llaves. «Espera a ver», se escuchó en el despacho de El Sardinero. A José Alberto siempre le ha gustado, pero nunca le ha encontrado el sitio. Jugó ante el Castellón porque no había otro mientras le sacaban el billete para marcharse. Hace una semana marcó al Ceuta su primer gol. Ayer fue el hombre del partido en Almería y lo fue casi sin darse cuenta. Salió y... Ya está. Y sigue riendose.